Publicado en el periódico e-Consulta el 17 de diciembre de 2009
La discusión que se vivía en Brasil hace unas semanas, sobre si la pornografía debería ser o no considerada cultura, no resulta bizantina sino perfectamente atinente en el actual contexto económico. Dejando de lado el controversial debate sobre si la pornografía es o no cultura, lo que vale la pena resaltar es que esta polémica se dio en el marco de la decisión del gobierno brasileño de ofrecer a todos los trabajadores que ganen menos de 1.500 reales, un ’vale cultural’ de 50 reales para gastarlos en cualquier cosa de carácter cultural; ante esta iniciativa, el parlamento tiene la tarea de decidir qué puede y qué no puede ser considerado como cultura. El hecho de que el estado brasileño promueva e incentive el consumo cultural es, sin lugar a dudas, síntoma evidente de que, en la fase actual del capitalismo, la cultura deja, y deja mucho; más aún, que la creciente fiebre por el llamado “capitalismo cultural” está cada vez más presente en los países de Latinoamérica.
Con este telón de fondo plantearé algunas cuestiones sobre el proyecto Gran Visión Cultural que, a través del Instituto Municipal de Arte y Cultura, efectúa el Ayuntamiento del municipio de Puebla. El programa está a cargo de Nomismae Consulting, Foro Mexicano de la Cultura, dirigido por Ernesto Piedras, quien desde hace años se dedica a estudiar las implicaciones y alcances económicos de la cultura en México.
Puebla es la primera ciudad del país en contar con un estudio de este tipo, pero desde luego que el interés por la cultura y el arte no son repentinos en la entidad, tanto a nivel público como privado. Los primeros atisbos de que, como bien señala el teórico Geroge Yúdice en su libro The Expediency of Culture, la cultura ha devenido en un recurso más, como el gas butano o el petróleo, que es altamente explotable ya que no se agota sino que crece y se reproduce constantemente, se hicieron ver en el experimental proyecto Plataforma 2006. Este fue un paradigmático ejemplo de cómo, so pretexto del arte contemporáneo, se pueden expropiar, explotar e inflar inmuebles históricos para convertirlos en centros comerciales o, claro está, ‘culturales’. Sin embargo, en el momento histórico actual, en el que la cultura es consumo, o tiende a reducirse a eso, los centros ‘culturales’ muchas veces terminan siendo otro tipo de centros comerciales, donde lo que se consume no es ropa ni alimentos, sino libros, música y espectáculos. Al respecto ahorraré mis comentarios sobre otro de los grandes pilares de este ‘giro cultural poblano’: el Complejo Cultural Universitario de la BUAP.
La gran ventaja es que Gran Visión Cultural es un estudio serio y bien cimentado tanto teórica como metodológicamente, pero es cierto que la pretensión institucional que lo promueve puede ser un arma de doble filo para los productores culturales en la medida en la que busca utilizar a los productores simbólicos, principalmente artistas, como trabajadores gratuitos. El proyecto de convertir al centro histórico en un espacio para la cultura y las artes esconde tras de sí el desagradable tema de la gentrificación. Tal fenómeno cutos modelos paradigmáticos son el del Soho de Nueva York, el barrio del Raval, en Barcelona, Mission District en San Francisco y, más cerca, el callejón Regina en el Centro Histórico del D.F., consiste en desalojar a los habitantes de barrios pobres pero que poseen gran carga histórica y cultural, y reactivarlos mediante la conversión de sus edificios en galerías de arte, centros nocturnos, cafés bohemios y ‘espacios alternativos’. Desde luego que a la larga ese tipo de lugares incrementan su plusvalía en el mercado de bienes raíces y los beneficiarios directos no son ni los artistas ni la ‘gente alternativa’ que los transformaron de vecindades mugrosas a lugares chic, sino los inversores de los proyectos de reactivación, que la más de las veces fueron los mismos que compraron esos inmuebles a precios bajísimos. Huelga decir que después de lograr la ‘reactivación’ del lugar, artistas e intelectuales suelen ser desalojados de sus talleres y apartamentos, que luego son rentados o vendidos a boutiques y restaurantes para el turismo y las clases altas.
Por una parte el hecho de que se reconozca que el trabajo artístico y cultural se inserta dentro de la dinámica económica como cualquier otra mercancía o prestación de servicios es una gran ventaja para cualquier escenario artístico, más aún cuando la visión generalizada del artista tiende a ser la del bohemio mal vestido que trabaja ‘por amor al arte’. Gran Visión Cultural ha lanzado una convocatoria para que todos los creadores de Puebla se empadronen en una especie de base de datos: “el estudio iniciará con un conteo de quiénes son los artistas y creadores de la ciudad, la actividad específica que realizan, los públicos a los que llegan, quiénes son su proveedores y otros datos que ayuden a describir de manera precisa la cadena productiva cultural de nuestra ciudad”. Esta política del proyecto va muy acorde con el logo del mismo, un ojo vigilante que guiña a la teoría foucaultina de la visión y las sociedades hipercontroladas, siempre vigiladas.
Definitivamente Gran Visión Cultural es en sí mismo un producto cultural interesante y necesario en el orden actual de la economía global y local. En su libro Propiedad intelectual nuevas tecnologías y libre acceso a la cultura, Eduardo Ramírez y Alberto López Cuenca citan que según un estudio realizado en 2008, el sector cultural arroja en conjunto el 7.3% de la riqueza del país, es decir, 504 mil millones de pesos aproximadamente; por su parte, en 2000 el economista Jeremy Rifkin aseguraba que en Estados Unidos el 20% de la población gastaba ya más del 50% de sus ingresos en acceder a experiencias culturales. Sin embargo, es menester que la recepción de Gran Visión Cultural, y de toda la política cultural que hay tras él, sea cautelosa y siempre crítica por parte de los protagonistas de esta historia: artistas y productores simbólicos. El hecho de estar en la mira de los proyectos públicos no implica la celebración sino, antes bien, la sospecha. Cierto, Gran visión cultural ayudará a entender mejor cómo funciona la cadena productiva cultural de Puebla, pero esto no quiere decir que el proyecto pretenda hacer esa cadena más equitativa para todos y cada uno de los eslabones que la componen. Por el momento me gustaría saber si los artistas que se ‘beneficiarán’ con este proyecto llegarán a contar con algún tipo de seguridad social, guarderías para sus hijos, aguinaldo, prima vacacional y, por qué no, vale para cultura.
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