Publicado en Art Nexus #89 Junio-Agosto, 2013
Vista de la sala. Cortesía Galería Juana de Aizpuru.
La primera dificultad crítica ante Blanca sería discernir si se hablaría de ella como una pieza total o
como un conjunto de obras. Por apresurar una hipótesis, supongamos que nos decantamos por lo primero. Aunque hay varias piezas en diversos formatos, desde pintura al óleo hasta vídeo, el montaje y la articulación semántica de la muestra la convierten en una meta-composición a la manera de una instalación, la atmósfera global impide ver cada pieza de forma aislada. Intentaré explicarme: en la sala principal las ventanas han sido tapiadas por enormes cuadros blancos. En el suelo se han esparcido periódicos abiertos de par en par y pintados con óleo en tonalidades claras que pretenden fundirse con la textura veteada del suelo de la galería. Otros cuadros al óleo, de diversas dimensiones (Piece of Gallery IV y V, respectivamente), se colocaron a nivel del suelo en dos de las esquinas de la sala, achatando así la escuadra formada por los muros, pero emulando el espacio oculto tras ellos. En estos espacios, tras los cuadros, se proyectan sendos videos, Trabajo oculto II y III, en los que se ve a la artista escondiéndose tras un cuadro blanco. Hay un ánimo generalizado de ocultamiento y camuflaje entre las obras y el espacio que las contiene. No es, sin embargo, un diálogo fluido ni una fusión real; antes bien, todo resulta evidentemente teatral. Todo es impostado, nada fluye con naturalidad. Como ha dicho Antoine Henry-Jonquères, es una puesta en escena de la escena.
como un conjunto de obras. Por apresurar una hipótesis, supongamos que nos decantamos por lo primero. Aunque hay varias piezas en diversos formatos, desde pintura al óleo hasta vídeo, el montaje y la articulación semántica de la muestra la convierten en una meta-composición a la manera de una instalación, la atmósfera global impide ver cada pieza de forma aislada. Intentaré explicarme: en la sala principal las ventanas han sido tapiadas por enormes cuadros blancos. En el suelo se han esparcido periódicos abiertos de par en par y pintados con óleo en tonalidades claras que pretenden fundirse con la textura veteada del suelo de la galería. Otros cuadros al óleo, de diversas dimensiones (Piece of Gallery IV y V, respectivamente), se colocaron a nivel del suelo en dos de las esquinas de la sala, achatando así la escuadra formada por los muros, pero emulando el espacio oculto tras ellos. En estos espacios, tras los cuadros, se proyectan sendos videos, Trabajo oculto II y III, en los que se ve a la artista escondiéndose tras un cuadro blanco. Hay un ánimo generalizado de ocultamiento y camuflaje entre las obras y el espacio que las contiene. No es, sin embargo, un diálogo fluido ni una fusión real; antes bien, todo resulta evidentemente teatral. Todo es impostado, nada fluye con naturalidad. Como ha dicho Antoine Henry-Jonquères, es una puesta en escena de la escena.
Lo escenográfico como estrategia no es nuevo en el trabajo de Sandra Gamarra (Lima, 1972). En LiMAC (2003-2004), el museo de arte contemporáneo de Lima que sólo existía como proyecto, la artista ya jugaba con la dialéctica entre ausencias y presencias, inexistencias físicas y existencias simbólicas, espacios reales, subrepticios y posibles. Hay algo en este juego que recuerda a la arquitectura manierista: espacios velados, artificio, estructuras de sostén que no sostienen nada, preminencia de los espacios de tránsito frente a las estancias. Se trata, como lo indica su nombre, de la “maniera”, el énfasis en el procedimiento más que en la forma resultante. De este modo, en la obra de Gamarra la importancia de la pintura radica en lo que se hace con ella y no en ella misma. Este es el caso de las piezas de Blanca, en donde el fin último de la monocromía no es, por ejemplo, la indagación plástica sobre la luz, la textura o el color, sino su empleo en pos de indagaciones de otro orden, como, en este caso, la generación de una espacialidad particular y la exploración de sus posibilidades metafóricas. Así, la referencia al cubo blanco como lugar semánticamente neutro es, además de formal, imbricadamente conceptual: la artista ha blanqueado la galería no vaciándola, sino saturándola de sentido y, paradójicamente, tal saturación ha sido efectuada desde una carencia de signos mediante el empleo de pintura en una gama de blancos. Debo insistir en que no se trata del color por el color ni de la reivindicación de una simple presencia, es una presencia que simula ausencia.
Trabajo oculto II
La sencillez es solo aparente. Desierto, cubo blanco, apropiaciones, ausencias, escondites: nuevamente estamos frente a la saturación disfrazada de vaciamiento. Si bien las obras se enuncian desde una poética mínima, esto solo es perceptible cuando se analiza cada una de forma aislada. En una visión de conjunto, Blanca no se inscribe en la ecuación de forma mínima-contenido máximo. Es más bien un horror vacui que teme decir su nombre.
Supongamos que nos decantamos por lo segundo…
Galería
Juana de Aizpuru, Madrid
Del 13 de
abril al 23 de mayo de 2013
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