Publicado en el catálogo de la exposición 1.000 caras/0 caras/ 1 rostro. Cindy Sherman, Thomas Ruff, Frank Montero Collado. La Fábrica Editorial y Fundación Telefónica: Madrid, 2011.
Este trabajo es una primera aproximación a la serie de retratos de Frank Montero Collado, personaje harto raro, y hasta ahora desconocido, del México de finales del siglo xix y principios del xx. El título de este ensayo ha sido tomado de una exposición llevada a cabo en Guadalajara, México, en 1996. Una reseña de dicha muestra destacaba que en ella «las expositoras [las artistas] no parecen recurrir a la creación como un medio de expresión, sino como un instrumento que les ha permitido relacionarse con sí mismas»[1]. Salvando las obvias distancias temporales, me atrevo a proponer que los retratos de Frank Montero Collado siguen la misma lógica, a pesar de que buscan seguir, y también lo consiguen, la lógica opuesta. La investigación de la que este texto es producto ha sido, como la vida del retratado, la sucesiva apertura de una matrioska de misterios.
Laura González y Manolo Laguillo han reflexionado sobre el retrato fotográfico aduciendo que este revela uno de los paradigmas más interesantes de la fotografía: su transparencia. Cuando vemos un retrato, no creemos que estamos viendo la obra de un autor, o un retrato (la foto), sino a la persona misma (el retratado). Obviamos así al fotógrafo y el medio, que se hacen transparentes «para revelar, por mimesis, a la persona fotografiada»[3]. En este caso, es difícil no centrar la atención en el retratado, no solo porque carecemos de toda información acerca del fotógrafo, sino porque la vida y obra de Frank Montero Collado son, sin lugar a dudas, un inquietante enigma.
Seminarista católico, pionero del protestantismo, misionero metodista, cantante de ópera, periodista y divulgador del espiritismo; todo eso fue Frank Montero Collado. Sus retratos nos presentan a escala micro, y sin pretensiones totalizadoras, un panorama de las clases instruidas de México en el siglo xix. En esos días el país –lograda la independencia de España, tras las intervenciones estadounidense y francesa (1846-1848 y 1861-1866 respectivamente), y habiendo perdido buena parte del territorio nacional– comenzaba a vislumbrar las bases de un Estado laico merced a la Reforma del gobierno de Benito Juárez. En 1867, finalizada su larga peregrinación por el país, Juárez regresó a la capital y puso fin al Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Y en 1877 Porfirio Díaz ocupó por vez primera la presidencia de la República, que dejaría treinta años después con el advenimiento de la Revolución mexicana. En este contexto de profunda transformación/adaptación llega y se desarrolla la fotografía y, sobre todo después de la incursión de la técnica del colodión húmedo, tiene lugar el boom del retrato fotográfico[4].
Frank Montero Collado vivió buena parte de los sucesos antes mencionados, sin embargo, con el álbum fotográfico no pretendió, ni mucho menos, documentar las vertiginosas vicisitudes políticas y sociales de su tiempo, sino dar cuenta de los avatares y la grandeza de su vida. La paradoja es que si bien al mirarlos pensamos en él como un personaje que pudo haber sido muy conocido en su época, al investigar he constatado que a todas luces no lo fue. Aparentemente no destacó en ninguna de las facetas en las que se hizo retratar, puesto que de todas hay información y en ninguna se le menciona expresamente. Pero casi un siglo después de la creación del álbum, Frank Montero Collado está logrando su cometido; aunque en su tiempo no fue ni reconocido ni famoso, hoy sus retratos se exhiben en una muestra internacional y hasta hemos iniciado una investigación sobre su vida.
Se trata de 23 retratos en plata sobre gelatina que forman una suerte de álbum biográfico bastante peculiar, ya que documentan una vida igualmente original. Las fotografías están fechadas de 1855 a 1925, pero por la uniformidad del papel y el tamaño de los folios, así como por la técnica de impresión, sabemos que la mayoría son más bien «fotos de fotos»; es decir, fotografías de principios del siglo xx tomadas a su vez de otras fotografías del siglo xix. El mismo Frank Montero Collado, o acaso algún familiar, ideó la recopilación, de las que seguramente fueron tarjetas de visita para imprimirlas en una versión «más moderna», y las unió a retratos recientes para completar el conjunto.
No sabemos si la serie que conocemos está completa o si existen por ahí otros ejemplares, ya que ninguna foto tiene registro de la casa donde fue hecha o del fotógrafo que la tomó. La única información que tenemos, tanto de Frank Montero Collado como de las fotografías, son las leyendas caligrafiadas sobre estas, que nos revelan algunos pasajes y datos sobre su vida[2]. Caracterizado de acuerdo con las ocupaciones referidas, en situaciones y escenarios teatralizados y artificiosos, Frank Montero Collado y sus retratos constituyen un enigma para el mundo de la fotografía. ¿Quién fue este personaje? ¿Era ese su verdadero nombre? ¿Fue el autor intelectual del álbum? ¿Fabuló él solo las poses, disfraces y contextos de las fotos? ¿Vivió todo lo que refieren sus retratos? ¿O debemos interpretarlos como producto de la magia del retrato decimonónico, en el que los mundos del deseo, la ilusión y la fantasía se hacían realidad con ayuda del teatro del que proveían los estudios fotográficos?Laura González y Manolo Laguillo han reflexionado sobre el retrato fotográfico aduciendo que este revela uno de los paradigmas más interesantes de la fotografía: su transparencia. Cuando vemos un retrato, no creemos que estamos viendo la obra de un autor, o un retrato (la foto), sino a la persona misma (el retratado). Obviamos así al fotógrafo y el medio, que se hacen transparentes «para revelar, por mimesis, a la persona fotografiada»[3]. En este caso, es difícil no centrar la atención en el retratado, no solo porque carecemos de toda información acerca del fotógrafo, sino porque la vida y obra de Frank Montero Collado son, sin lugar a dudas, un inquietante enigma.
Seminarista católico, pionero del protestantismo, misionero metodista, cantante de ópera, periodista y divulgador del espiritismo; todo eso fue Frank Montero Collado. Sus retratos nos presentan a escala micro, y sin pretensiones totalizadoras, un panorama de las clases instruidas de México en el siglo xix. En esos días el país –lograda la independencia de España, tras las intervenciones estadounidense y francesa (1846-1848 y 1861-1866 respectivamente), y habiendo perdido buena parte del territorio nacional– comenzaba a vislumbrar las bases de un Estado laico merced a la Reforma del gobierno de Benito Juárez. En 1867, finalizada su larga peregrinación por el país, Juárez regresó a la capital y puso fin al Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Y en 1877 Porfirio Díaz ocupó por vez primera la presidencia de la República, que dejaría treinta años después con el advenimiento de la Revolución mexicana. En este contexto de profunda transformación/adaptación llega y se desarrolla la fotografía y, sobre todo después de la incursión de la técnica del colodión húmedo, tiene lugar el boom del retrato fotográfico[4].
Frank Montero Collado vivió buena parte de los sucesos antes mencionados, sin embargo, con el álbum fotográfico no pretendió, ni mucho menos, documentar las vertiginosas vicisitudes políticas y sociales de su tiempo, sino dar cuenta de los avatares y la grandeza de su vida. La paradoja es que si bien al mirarlos pensamos en él como un personaje que pudo haber sido muy conocido en su época, al investigar he constatado que a todas luces no lo fue. Aparentemente no destacó en ninguna de las facetas en las que se hizo retratar, puesto que de todas hay información y en ninguna se le menciona expresamente. Pero casi un siglo después de la creación del álbum, Frank Montero Collado está logrando su cometido; aunque en su tiempo no fue ni reconocido ni famoso, hoy sus retratos se exhiben en una muestra internacional y hasta hemos iniciado una investigación sobre su vida.
Desconocemos la fecha y el lugar de nacimiento de nuestro personaje. Son tres los retratos que podríamos llamar «de infancia», y gracias al primero, donde aparece a los cuatro años, podemos suponer que naciera en 1851 o 1854, ya que la fotografía registra dos fechas: 1855 y 1858. La imprecisión de la fecha y la falta de algún referente que indique el lugar donde se hizo la foto hacen imposible, por ahora, rastrear su nacimiento, tanto en los archivos eclesiásticos como en los incipientes registros civiles de la época. Sin embargo, por las imágenes 2 y 3 podemos inferir que Frank Montero Collado perteneció a una familia adinerada del siglo xix, posiblemente de la ciudad de Puebla o la capital del país. También de acuerdo con la información de las fotografías, sabemos que a los doce años estuvo internado en el colegio francés Mathieu de Fossey y que asistió al Instituto Francés fundado por Eduardo J. Guilbaut.
El primero de estos colegios, fundado en la ciudad de México en 1843 por el inmigrante francés Mathieu de Fossey, demandaba de sus escolares aptitudes sobresalientes, muy por encima de la media, ya que además de su elevado costo, la admisión se restringía a los mejor recomendados. Se sabe que al terminar los estudios los alumnos brillaban por sus conocimientos de latín, francés, inglés, aritmética y geometría.[5]
En cuanto al segundo, el Instituto Francés de Guilbaut, cuyo verdadero nombre era Liceo Franco-Mexicano, fue fundado por Eduardo J. Guilbaut hacia 1851 en la ciudad de Puebla. Este tipo de colegios, de marcado corte católico y dirigidos principalmente por pedagogos barcelonnettes radicados en la ciudad, estaban pensados para las clases adineradas que pudieran pagar de 16 a 35 pesos mensuales por la educación de sus hijos[6]. Por tanto, otra posibilidad es que Frank Montero Collado naciera en la capital del país, cursara estudios en el colegio de De Fossey y luego fuera enviado a Puebla para continuar con su educación en el Liceo Franco-Mexicano.
Imágenes de una segunda etapa (1874-1879) muestran a Frank Montero Collado en sus facetas de estudiante de preparatoria, seminarista y profesor de filosofía y español. De estas fotografías hay que resaltar la número 5 de la serie, fechada el 26 de enero de 1879, según la cual Frank Montero Collado fue «Fundador de la Soc. Cristiana de Jovenes (sic) establecida en México por el Rev. Riley, Fray Manuel Aguas y Fray Agustín Palacios». Este dato apunta a que participó en los primeros grupos protestantes que hubo en México, pues los tres personajes que ahí se mencionan fueron, en efecto, pioneros del protestantismo en el país.
Pese a que desde los primeros años de independencia se permitía profesar cultos diferentes al católico en privado, el triunfo del liberalismo fue el principal punto de apoyo para el desarrollo del protestantismo en México. En su lucha por el laicismo, los liberales simpatizaron con la ética protestante por obvias razones: el clero era la sinécdoque no solo de una religión, sino de la fuerte facción política conservadora. Por tanto, la incursión del protestantismo debilitaba la hegemonía de la Iglesia católica, y a su vez «el carácter de modernidad que tenía el protestantismo, el hecho de que fuera la religión más practicada en países modelo de civilización, como Inglaterra y Estados Unidos, era sin duda un elemento que permitía verlo con buenos ojos»[7]. En este contexto de lucha política e ideológica, la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma de 1859 pusieron numerosas restricciones a la Iglesia católica, como la reforma educativa y la expropiación de bienes, que sin duda fueron las más significativas.
La primera congregación protestante constituida por mexicanos fue conformada por un grupo de sacerdotes católicos separados del episcopado que apoyaron abiertamente el movimiento liberal. El reverendo Henry C. Riley, que había llegado a México en 1868 con el fin de abrir una misión episcopal en el país, compró al Estado el inmueble de la recientemente expropiada iglesia de San Francisco, donde se celebraron las primeras ceremonias religiosas públicas para la comunidad anglicana en 1869[8]. Sin embargo, en 1873, la celebración de los servicios en español provocó la escisión de la comunidad de habla inglesa de la congregación, que pasó a denominarse, a partir de entonces, Anglo-Saxon Church.
Por otra parte, los primeros datos que se tienen sobre Agustín Palacios y Manuel Aguas los describen como mexicanos que simpatizaron con Estados Unidos en la guerra de Intervención[9]. De Manuel Aguas también sabemos que, antes de separarse de la Anglo-Saxon Church, fue elegido obispo de la iglesia anglicana fundada por Riley, pero que murió antes de ser consagrado. Al fracasar la consagración de un segundo obispo, Riley se convirtió en el primer obispo de la Iglesia de Jesús en México[10]. Agustín Palacios fue, por otra parte, «juez eclesiástico en la catedral de la capital de México y después capellán asistente de Maximiliano de Habsburgo»[11]. Palacios se separó de la Iglesia católica y se adhirió a la anglicana –de 1869 a 1873 fue vicario del templo anglicano de San José de Gracia[12]– y posteriormente al metodismo, culto del que fue ministro y miembro activo hasta su muerte[13].
Cómo y cuándo Frank Montero Collado estableció contacto con estos personajes y los primeros grupos protestantes es un dato hasta ahora desconocido. Es plausible que después de pertenecer al anglicanismo se haya adherido a la fe metodista por la influencia de Palacios, pues la fotografía número 9 (1882) apunta que fue «Profesor y conferencista en la misión metodista» en la ciudad de Orizaba[14]. De acuerdo con las memorias de John Wesley Butler esto podría ser perfectamente atinente, ya que los primeros servicios metodistas realizados en esta ciudad datan de 1873, y para 1880 ya existían ahí una capilla y una casa parroquial a cargo del obispo H.W. Warren. En 1888, continúa Butler, Agustín Palacios llegó al pastorado de Orizaba[15].
En lo que podríamos denominar una tercera etapa, encontramos tres retratos de 1882 a 1906 que muestran a Frank Montero Collado en sus facetas de periodista, cantante de ópera y capitán de una Guardia Nacional de estudiantes. Solo una fotografía, de 1897, «Frank cantando la ópera de Il Pagliacci», indica una ubicación geográfica: Puebla. Pese a no haber encontrado documentos que confirmen que Frank Montero Collado participara en ninguna puesta en escena –ni que la obra mencionada haya sido presentada en esta ciudad–, la posibilidad no puede excluirse dado que por esos años existieron en Puebla dos compañías de ópera, y la última función de bel canto data de 1898[16]. Además en 1897 la obra ya había sido creada por su autor, Ruggero Leoncavallo, y estrenada en Milán en 1892. En cuanto a la faceta periodística, las fotos apuntan a que Frank Montero Collado fue fundador, propietario y editor del diario estudiantil La Guardia Nacional, del que ni hay ejemplares ni se tiene noticia de que existiera en Puebla, aunque sí había un periódico llamado El Guardia Nacional en Tlaltenango, Zacatecas, aproximadamente en 1857[17]. No obstante, al no ser este un diario estudiantil y dada la lejanía de Zacatecas con el centro del país, nos permitimos desechar la hipótesis de que se trate del mismo periódico presumiblemente fundado por nuestro investigado.
De 1904 a 1906 los retratos de Frank Montero Collado siguen mostrándolo en sus facetas de músico y periodista, como fundador del orfeón Ángela Peralta y colaborador gratuito de los periódicos El Popular, El País y El Diario del Hogar. De acuerdo con los retratos, en agosto de 1907 realizó un viaje por Europa en el que visitó España, Suiza e Italia. Ignoramos el motivo y la duración del viaje, así como detalles del mismo.
A partir de 1906 los retratos de Montero registran su fase de incorporación al espiritismo. La doctrina, fundada en Francia por Allan Kardec a mediados del siglo xix, se había popularizado en México a partir la década de 1870, en pleno apogeo del liberalismo y la libertad de cultos. Así pues, pese a la fuerte oposición de los círculos católicos, logró sin trabas difundir sus principios en foros periodísticos y académicos[18]. No es difícil explicar la sucesiva deferencia de Frank Montero Collado hacia los distintos cultos por los que transitó si consideramos que la ética del espiritismo tenía abundantes puntos en común con el cristianismo. Así lo refiere un artículo de 1906 publicado en El Siglo Espírita, órgano de difusión del espiritismo en México: «La diferencia única que encontramos entre espiritismo y catolicismo y entre protestantismo y espiritismo es la que hay entre católicos y protestantes: los detalles. Unos y otros proclaman el bien, la virtud, la caridad, el amor a los demás; unos y otros tienen puntos de contacto tan íntimos que difícilmente podrían separarse; pero unos predican el bien y lo practican y otros predicándolo se olvidan de él en su vida privada»[19].
En 1906 Frank Montero Collado fue, acorde con los retratos, «Iniciador y fundador de la Soc. ‘Esp. Federales’[20], su presidente y director de su periódico Lumen durante cinco años»; posteriormente dirigió la publicación El Siglo Espírita, de 1917 a 1923, y fue «Presidente de la Soc. Espírita Mexicana». De 1923 a 1924, fue «Presidente y director de la Sociedad Propagandista del Espiritismo y del Instituto Metapsíquico Experimental»[21]. En este periodo Frank Montero Collado combinó la música con sus tareas dentro del movimiento espiritista, ya que datan de entre 1904 y 1923 las referencias al orfeón Ángela Peralta y a su periódico El Ruiseñor. Debo aclarar que todos estos datos no han podido constatarse, ya que no existen registros de un periódico Lumen en México ni tampoco de El Ruiseñor[22]. No obstante, en 1906, en una edición de El Siglo Espírita, entonces principal órgano aglutinador y de difusión del espiritismo en el país, su nombre aparece dentro de la lista de personas que ese año se adherían a la Federación Espírita de México. En el listado también se menciona que Frank Montero Collado contribuía a la asociación con la cantidad de cincuenta centavos mensuales[23].
Si ciertamente la integración de Frank Montero Collado al espiritismo ocurrió hacia 1906, se dio en un periodo en que el culto se hallaba debilitado en México. Por una parte, la Revue Spirite había dejado de publicarse en Francia en 1891, y por consiguiente también se suspendió en México La Ilustración Espírita, principal órgano de difusión de la doctrina. Además el Gobierno de Porfirio Díaz, en el cénit de su poder, había pactado alianzas con la alta jerarquía católica, lo que frenó la libre expresión de ideas religiosas. Sin embargo, el fundador del espiritismo en México, Refugio González, aún consideraba muy activa la propaganda del espiritismo en el país, ya que los círculos dedicados al proselitismo se habían propagado por toda la república, y algunos de ellos tenían órganos de difusión de la doctrina. Además, en 1906 tuvo lugar el Congreso Nacional Espírita. En 1910 Francisco I Madero –quien se había declarado manifiestamente espiritista— ocupó la presidencia del país, y el movimiento siguió teniendo cierta relevancia en la sociedad mexicana durante los años siguientes.
En 1908 El Siglo Espírita publicó una carta enviada por «F. Montero del Collado» en la que este anunciaba la fundación del círculo El Infinito, ubicado en la calle Quesadas, 10, de la ciudad de México. Se anunciaba que las sesiones de dicho círculo serían los martes, de curación; viernes, de comunicación y domingos, de experimentación. La carta también indicaba que las condiciones para pertenecer al círculo eran el pago de una inscripción de un peso y una mensualidad de cincuenta centavos para mantenimiento[24].
Dos imágenes de 1925, en la que tal vez fue la etapa final de su vida, muestran a Frank Montero Collado en el convento de Churubuscos de la ciudad de México. En una de ellas la leyenda lo describe como «El Peregrino» y en la otra como «Francisco de Paula». El paso del estudio al exterior y la mirada «contorsionada», casi en blanco, son el culmen de una teatralidad que ha ido in crescendo a lo largo de los 23 retratos. Los de infancia responden a todas la convenciones de los retratos de estudio de la época, mientras que los posteriores desembocan paulatinamente en puntos álgidos de fantasía y artificio: el busto, ataviado con kimono y sombrilla, disfrazado para la ópera.
Algunas fotografías tienen dedicatorias a mujeres de las que no se dice ni quiénes fueron ni qué relación tuvieron con el retratado, que nunca aparece en compañía de alguien o menciona parentesco. La biografía parece una búsqueda orientada más hacia adentro que hacia afuera, hacia lo íntimo más que hacia lo social. Más allá de documentarla, las fotografías mismas son una constante experimentación espiritual y psicológica, inquietud que aparentemente movió a Frank Montero Collado a lo largo de su vida y le llevó a pasar por el catolicismo y el protestantismo, el arte y el espiritismo. El valor estético de sus retratos no está en el simple registro de un cambio de ethos; no es el de documentar una determinada función de la fotografía como constructora de subjetividad, sino que en esa función está dado su valor estético. Frank Montero Collado, el hombre de las mil fases y una misma cara, nos ha dejado estas imágenes como registro de su existencia con la inquietante ansia de perdurar. Siguiendo la idea de Marc Augé acerca del olvido como principio de la memoria, hoy podemos decir que sus retratos han logrado su cometido. En un interesante juego entre los universos más íntimos y la intención de hacerlos públicos, entre el reconocimiento a la identidad y la materialización del breve tiempo de la vida, las fotografías de Frank Montero Collado dejan huella de su existencia y arrojan luz sobre esta. Pero tengo la convicción de que, por fortuna, la matrioska aún no nos deja ver los más inefables secretos de nuestro oscuro personaje.
De 1904 a 1906 los retratos de Frank Montero Collado siguen mostrándolo en sus facetas de músico y periodista, como fundador del orfeón Ángela Peralta y colaborador gratuito de los periódicos El Popular, El País y El Diario del Hogar. De acuerdo con los retratos, en agosto de 1907 realizó un viaje por Europa en el que visitó España, Suiza e Italia. Ignoramos el motivo y la duración del viaje, así como detalles del mismo.
A partir de 1906 los retratos de Montero registran su fase de incorporación al espiritismo. La doctrina, fundada en Francia por Allan Kardec a mediados del siglo xix, se había popularizado en México a partir la década de 1870, en pleno apogeo del liberalismo y la libertad de cultos. Así pues, pese a la fuerte oposición de los círculos católicos, logró sin trabas difundir sus principios en foros periodísticos y académicos[18]. No es difícil explicar la sucesiva deferencia de Frank Montero Collado hacia los distintos cultos por los que transitó si consideramos que la ética del espiritismo tenía abundantes puntos en común con el cristianismo. Así lo refiere un artículo de 1906 publicado en El Siglo Espírita, órgano de difusión del espiritismo en México: «La diferencia única que encontramos entre espiritismo y catolicismo y entre protestantismo y espiritismo es la que hay entre católicos y protestantes: los detalles. Unos y otros proclaman el bien, la virtud, la caridad, el amor a los demás; unos y otros tienen puntos de contacto tan íntimos que difícilmente podrían separarse; pero unos predican el bien y lo practican y otros predicándolo se olvidan de él en su vida privada»[19].
En 1906 Frank Montero Collado fue, acorde con los retratos, «Iniciador y fundador de la Soc. ‘Esp. Federales’[20], su presidente y director de su periódico Lumen durante cinco años»; posteriormente dirigió la publicación El Siglo Espírita, de 1917 a 1923, y fue «Presidente de la Soc. Espírita Mexicana». De 1923 a 1924, fue «Presidente y director de la Sociedad Propagandista del Espiritismo y del Instituto Metapsíquico Experimental»[21]. En este periodo Frank Montero Collado combinó la música con sus tareas dentro del movimiento espiritista, ya que datan de entre 1904 y 1923 las referencias al orfeón Ángela Peralta y a su periódico El Ruiseñor. Debo aclarar que todos estos datos no han podido constatarse, ya que no existen registros de un periódico Lumen en México ni tampoco de El Ruiseñor[22]. No obstante, en 1906, en una edición de El Siglo Espírita, entonces principal órgano aglutinador y de difusión del espiritismo en el país, su nombre aparece dentro de la lista de personas que ese año se adherían a la Federación Espírita de México. En el listado también se menciona que Frank Montero Collado contribuía a la asociación con la cantidad de cincuenta centavos mensuales[23].
Si ciertamente la integración de Frank Montero Collado al espiritismo ocurrió hacia 1906, se dio en un periodo en que el culto se hallaba debilitado en México. Por una parte, la Revue Spirite había dejado de publicarse en Francia en 1891, y por consiguiente también se suspendió en México La Ilustración Espírita, principal órgano de difusión de la doctrina. Además el Gobierno de Porfirio Díaz, en el cénit de su poder, había pactado alianzas con la alta jerarquía católica, lo que frenó la libre expresión de ideas religiosas. Sin embargo, el fundador del espiritismo en México, Refugio González, aún consideraba muy activa la propaganda del espiritismo en el país, ya que los círculos dedicados al proselitismo se habían propagado por toda la república, y algunos de ellos tenían órganos de difusión de la doctrina. Además, en 1906 tuvo lugar el Congreso Nacional Espírita. En 1910 Francisco I Madero –quien se había declarado manifiestamente espiritista— ocupó la presidencia del país, y el movimiento siguió teniendo cierta relevancia en la sociedad mexicana durante los años siguientes.
En 1908 El Siglo Espírita publicó una carta enviada por «F. Montero del Collado» en la que este anunciaba la fundación del círculo El Infinito, ubicado en la calle Quesadas, 10, de la ciudad de México. Se anunciaba que las sesiones de dicho círculo serían los martes, de curación; viernes, de comunicación y domingos, de experimentación. La carta también indicaba que las condiciones para pertenecer al círculo eran el pago de una inscripción de un peso y una mensualidad de cincuenta centavos para mantenimiento[24].
Dos imágenes de 1925, en la que tal vez fue la etapa final de su vida, muestran a Frank Montero Collado en el convento de Churubuscos de la ciudad de México. En una de ellas la leyenda lo describe como «El Peregrino» y en la otra como «Francisco de Paula». El paso del estudio al exterior y la mirada «contorsionada», casi en blanco, son el culmen de una teatralidad que ha ido in crescendo a lo largo de los 23 retratos. Los de infancia responden a todas la convenciones de los retratos de estudio de la época, mientras que los posteriores desembocan paulatinamente en puntos álgidos de fantasía y artificio: el busto, ataviado con kimono y sombrilla, disfrazado para la ópera.
Algunas fotografías tienen dedicatorias a mujeres de las que no se dice ni quiénes fueron ni qué relación tuvieron con el retratado, que nunca aparece en compañía de alguien o menciona parentesco. La biografía parece una búsqueda orientada más hacia adentro que hacia afuera, hacia lo íntimo más que hacia lo social. Más allá de documentarla, las fotografías mismas son una constante experimentación espiritual y psicológica, inquietud que aparentemente movió a Frank Montero Collado a lo largo de su vida y le llevó a pasar por el catolicismo y el protestantismo, el arte y el espiritismo. El valor estético de sus retratos no está en el simple registro de un cambio de ethos; no es el de documentar una determinada función de la fotografía como constructora de subjetividad, sino que en esa función está dado su valor estético. Frank Montero Collado, el hombre de las mil fases y una misma cara, nos ha dejado estas imágenes como registro de su existencia con la inquietante ansia de perdurar. Siguiendo la idea de Marc Augé acerca del olvido como principio de la memoria, hoy podemos decir que sus retratos han logrado su cometido. En un interesante juego entre los universos más íntimos y la intención de hacerlos públicos, entre el reconocimiento a la identidad y la materialización del breve tiempo de la vida, las fotografías de Frank Montero Collado dejan huella de su existencia y arrojan luz sobre esta. Pero tengo la convicción de que, por fortuna, la matrioska aún no nos deja ver los más inefables secretos de nuestro oscuro personaje.
[2]Por la caligrafía y la tinta sabemos que la información fue escrita toda de una vez y a posteriori sobre las imágenes, lo que dificulta la investigación, pues la mayoría de las fechas referidas no son exactas, sino que se anotaron en base a recuerdos.
[3]Laura González y Manolo Laguillo, «Siete reflexiones sobre el retrato», en Luna Córnea, México, III (1993), p. 79.
[4] La llegada del daguerrotipo a México data de 1839-1940, sin embargo, el auge de los retratos fotográficos no se dio hasta la segunda mitad del siglo xix con la implementación del colodión húmedo, que abarató el costo de producción haciendo la fotografía más accesible y expandiendo el mercado.
[5] Estela Munguía, «Henri Mathieu de Fossey: colonizador, profesor y escritor», en Congreso de franceses en México, siglos xix y xx. Entre testimonios e investigación, Universidad Juárez del Estado de Durango e Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades–Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Durango, 2008. (Ponencia aceptada para publicación.)
[6] Estela Munguía, «Colegios franceses, profesorado y profesores de Barcelonnette en la ciudad de Puebla. Una aproximación, 1850-1910», Los barcelonettes en México. Miradas regionales, siglos xix-xx, coordinado por Leticia Gamboa, Benemérita Universidad Autónoma, Puebla, 2008.
[7] Evelia Trejo, «La introducción del protestantismo en México. Aspectos diplomáticos», en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, XI (1988) , pp. 149-181.
[8] Sarem Navarrete y Constanza Patán, (coord.), Inventario del Archivo parroquial Antigua Christ Church México, Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México A.C., México, 2009.
[9] Trejo, op. cit.
[11] John W. Butler, History of the Methodist Episcopal Church in Mexico, The Methodist Book Concern, Nueva York, 1918.
[12]Julio César Trejo, «Historia del templo de san José de Gracia», en http://catedralanglicanamexico.blogspot.com/2010/03/historia-del-templo-de-san-jose-de.html, marzo, 2010.
[14] No sabemos ciertamente si el verdadero nombre de Montero fue Frank, es posible que su verdadero nombre fuera Francisco y cambiara al inglés, pues el nombre Frank es poco común en México en el siglo xix. Probablemente el cambio obedeció al contacto de Montero con las iglesias metodista y anglicana, ambas provenientes de países de habla inglesa. Esta práctica de cambio de nombre fue, además, cosa común entre los mexicanos que se convertían al protestantismo en esa época. Como se verá más adelante, la única referencia que se tiene del personaje no nos deja saber su nombre de pila y su apellido aparece como Montero del Collado. En este texto he decidido llamarlo Frank Montero Collado por ser este el nombre consignado en las fotografías.
[15] Para esta investigación he consultado los archivos de la Iglesia Metodista de México que van de 1880 a 1889 y no he encontrado referencia alguna a Frank Montero. No obstante, los expedientes me permitieron constatar lo señalado por Butler en sus memorias sobre la Iglesia Metodista en México.
[16] Enrique Cordero y Torres, Historia compendiada del Estado de Puebla, III, Bohemia Poblana, Puebla, 1965, pp. 364-369.
[17] Martha Celis de la Cruz, Publicaciones periódicas mexicanas del siglo xix, 1822-1855: Fondo Antiguo de la Hemeroteca Nacional y Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México, Colección Lafragua, Universidad Autónoma, México, 2000, p. 567.
[18] Yolia Tortolero, El espiritismo seduce a Francisco I Madero, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2003, p.49.
[21] Fotografías 14, 17 y 21.
[22] Aunque sí hay registro de una publicación periódica llamada Lumen, de corte espiritista y en esa misma época, en Barcelona, España.
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