En América Latina, donde los proyectos culturales a menudo carecen de estructuras sólidas y políticas que garanticen la continuidad, la Bienal de Santo Domingo se distingue por longeva. Su primera edición se dio desde y coincidió con el inicio del segundo gobierno de Trujillo en 1942. También durante la dictadura se fundaron otras empresas culturales como la Escuela Nacional de Bellas Artes y la Galería Nacional. El Museo de Arte Moderno (MAM), sede de la Bienal desde hace años, fue abierto en 1976 en el contexto de la creación de la Plaza de la Cultura, que, concebida desde la premisa centralista de confinar toda la cultura en un territorio único, reúne varios espacios culturales de importancia en el país. Su conjunto arquitectónico se caracteriza por la modernidad a ultranza de los edificios, muchos de los cuales albergan instituciones en cuyas políticas prevalece también el centralismo moderno. Es el caso del Museo del hombre dominicano, cuyo discurso busca proyectar la idea de la República Dominicana como una nación felizmente conformada por la armónica integración tripartita de sus componentes étnico-culturales. En contraste, el MAM, bajo la magnífica gestión de María Elena Ditrén, se inclina cada vez más hacia la concepción del Museo no como centro de cultura y conocimiento, sino como su generador. La vigésimo sexta edición de la Bienal de Santo Domingo mostró a las claras la dialéctica entre ambas tendencias.
Mayra Johnson -Guadalupe Casasnovas. Disolución al 4%
Fotografía (impresión lenticular), 2011 |
La violencia y explotación de género es otro tema urgente. No hace falta llegar hasta la “punta” del país para advertir el colonialismo sexual: ya en Boca Chica, la playa más cercana a Santo Domingo, pueden verse cantidad de jóvenes dominicanas al lado de viejos italianos que ni siquiera les dirigen la palabra. En este talante, la premiada obra fotográfica de Orlando Barría pone en paralelo dos retratos de mujeres atacadas por sus parejas con el llamado “ácido del diablo” con las famosas muñequitas sin cara, artesanía típica del país. Unas, las muñecas, no poseen rostro porque reflejan la mezcla cultural de los dominicanos, las otras, porque reflejan los grandes horrores de su sociedad.
Orlando Barría. Muñecas sin rostro . Fotografía, 2011 |
Las complejas relaciones haitiano-dominicanas son capítulo aparte. En 1821 la parte oriental de la República Dominicana logró independizarse de España en lo que se ha llamado una “independencia efímera”, pues sólo duró tres meses: de 1822 a 1844 Haití dominó la isla. Desde entonces la tensión entre ambos países ha sido tema polémico y de suma importancia para sendas políticas, llegando a extremos tan escandalosos como el genocidio de haitianos ordenado por Trujillo en 1937. Hasta hoy el problema se expande y arraiga en lo profundo de la psique colectiva: en la República Dominicana ser negro es ser haitiano, y los dominicanos no se consideran negros, sino producto de un mestizaje utópico entre españoles y taínos. Y aunque hoy el racismo no es manifiesto, se da por negación y por omisión: entre las mujeres, hasta las intelectuales se alisan en cabello para ocultar su ascendencia africana.
Pancho Rodríguez. Mi = muro. Instalación, 2011 |
Charo Oquet. En un abrir y cerrar de ojos. Instalación, 2011 |
Otros artistas premiados fueron Eliú Almonte por el perfomance La casa, que denunció la destrucción arquitectónica de Puerto Plata, Moisés Pellerano por su pintura Rape? y Orlando Menicucci, también con obra pictórica. El premio especial al artista joven fue para Walli Vidal. En un abrir y cerrar de ojos, la video-instalación merecedora del Gran Premio, de la artista radicada en Miami Charo Oquet es homónima a lo novela de Jacques Stephen Alexis. Este escritor, médico y activista haitiano, exiliado durante la dictadura de Duvalier, fue apresado cuando volvió a Haití en 1961; los Tontons Macoutes (especie de policía paralela o secreta, sin uniforme) lo torturaron y desapareció sin dejar rastro. Inspirada en la cosmología del vudú, la obra de Oquet incorporó objetos cotidianos otorgándoles un nuevo orden simbólico. Creó así un entorno barroco de abrumante hibridación, que combinó dibujo, escultura, pintura, proyección de video e instalación. La pieza estuvo cargada de poesía y ritualidad, y el jurado de premiación integrado por los dominicanos Carlos Acero y Alanna Lockward, y el cubano Gerardo Mosquera, expresó que ella: “honra a cabalidad la capacidad de auto invención y re/existencia de nuestros países”.
Moisés Pellerano. Rape? Óleo sobre tela, 2011 |
Pero, ya sea por la izquierda o por la derecha, nuestros países aún cojean y no se han reinventado del todo en cuanto a sus políticas culturales. La ceremonia de premiación de la 26 Bienal de Artes Visuales de Santo Domingo fue muy parecida a la entrega de los premios Grammy. En la velada, muy concurrida por un público mayoritariamente joven, participativo y alegre, no faltaron la alfombra roja, las lágrimas de los premiados y los discursos políticos. Destacó el modo enfático en que la conductora refería la suma monetaria que correspondía a cada premio, y, en lo que bien pudo ser el mejor performance de la Bienal, el hecho de que el ministro de cultura firmara frente al público algunos de los cheques entregados –alguien comentó que poco faltaba para caer en la entrega de “cheques gigantes”, según se estila en la televisión. Afortunadamente tampoco faltó el momento incómodo. Ante las palabras del jurado subrayando el contenido crítico de la mayoría de las obras, que se ocuparon de agudos problemas locales actuales, y dada la mención sin tapujos de muchos de ellos, el vicepresidente del país sufrió una intempestiva mezcla de tos nerviosa con comezón en el cuello. No lo menciono con tono anecdótico, sino para contextualizar y sugerir la ceremonia de premiación como el mejor epítome de la Bienal misma.
Primeramente por la solemnidad conferida a ambos sucesos o, mejor dicho, a uno y por extensión al otro. Pero también por la vida y juventud prevaleciente pese a la solemnidad y fuerte carga oficial que hay detrás de ellos. El hincapié dado al monto de los premios es síntoma evidente de una intoxicación producto de las políticas culturales central-asistencialistas heredadas de los regímenes personalistas, donde la cultura y el arte no merecen, a la vista de los políticos, otro tratamiento que el que reciben: censura y/o espectáculo. Sin embargo, no puede decirse que lo anterior neutralice la función de impacto social de eventos como las bienales nacionales, sobre todo en países con agudos problemas socioeconómicos, como es el caso. Desde el aura y la permisividad que “blindan” al arte y sus manifestaciones, todavía se pueden hacer brotar buenas urticarias. Pero aún falta cambiar los paliativos cutáneos por antihistamínicos.
[1] Desde la iniciativa privada, el Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, que es el otro gran evento de la plástica dominicana que data de 1964, operó con una mecánica casi idéntica hasta 2008, cuando cambió su formato de selección y premiación. Hoy se eligen diez artistas a los que la fundación León provee de seguimiento, estancias de intercambio y tutorías especializadas durante un tiempo.
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