Después de la lluvia. Cortesía de la artista. |
Figuración-abstracción, memoria-olvido, imagen-texto, privado-compartido, vida-duelo. El trabajo reciente de Magali Lara (1956) se desarrolla en los breves ángulos que se activan y desaparecen con los giros de las bisagras. Opera no en el punto de la intersección, sino en la nueva articulación espacial que esta genera. Animaciones reúne ese trabajo y presenta un relato autobiográfico a través de la animación digital hecha por Luis Ordoñez de pinturas y dibujos de Magali Lara. La artista explora así nuevos derroteros tropológicos para el lenguaje con el que ha trabajado.
Tal lenguaje no es otro que el de las formas de la naturaleza. De ahí que las composiciones de Lara den a menudo la sensación de dinamismo tan propia de los ciclos vitales. Como dice ella, nada hay más viejo que el sentido de pertenencia, y parece que en su práctica artística lo lleva a su última expresión. La primera coordenada intersticial se da entre macro y microcosmos: universo-naturaleza-persona. Glaciares (2008-2009), animación digital de dibujos a lápiz y con gouache azul, es un paisaje emocional, subjetivo, que muere (los glaciares se derriten). Las vistas de la Patagonia argentina transliteran y sintetizan paisajes de la vida de la artista: su viudez y maternidad, así como la muerte de su padre y hermanos. Al “animar” digitalmente los dibujos, se subvierte el principio característico del género del paisaje de “congelar” o “atrapar” escenas de la naturaleza, aquietándolas. En la animación las diferentes formas y composiciones parecen moverse conforme se nos muestran de forma secuencial y en planos que giran y se yuxtaponen, mientras que la música de Ana Lara da ritmo a ese movimiento emulado.
Después de la lluvia (2011) traduce digitalmente un cuadro de gran formato que la artista separó en tres telas, pero que es una sola pieza y no un tríptico. Lara admite que fue pensando en la nueva plataforma visual de la pantalla de computadora, en donde siempre hay varias ventanas conviviendo, que optó por dicha presentación y es curioso que sea en la animación digital donde la obra puede apreciarse como unidad. La intersección de los dos soportes es lo que hace que la obra logre su redondez y, por oposición, cada medio nos permita una mejor aproximación a su contraparte. La versión digital nos hace conscientes del carácter matérico y táctil de la obra pictórica, ya que en la primera tal atributo no se percibe. Por otro lado, en la pantalla y merced a la música (Stephan Micus) y el movimiento, no se ve cada parte del cuadro como un ente discreto, tal como ocurre al ver “físicamente” las tres telas.
No me acuerdo (2008), animación de fotos que Magali Lara se hizo mientras dibujaba, se inspira en el Alzheimer que padeció su madre durante seis años. Hay dos cosas que destacar de la obra en relación con el tema de memoria y olvido: primero, cómo evidencia el carácter performativo del dibujo y, segundo, cómo en determinado momento de la animación la acción se “corre al revés”, de modo que el trazo se borra. No es gratuito mencionar que tal trazo es una espiral, metáfora del “largo viaje a un mundo sin palabras”. Lara cuenta cómo, al verla, su madre la reconocía, pero no tenía palabras para designar quién era: alguna vez, antes de que perdiera todas las palabras, llegó a decir que era su prima. Dentro del viaje, dice la artista, hay breves momentos en que el enfermo recuerda quién es. (Nada hay más viejo que el sentido de pertenencia). Los sonidos repetitivos de Satisfaction of Oscillation (Yao-Dajuín) complementan la parábola, y la cierran.
Un posible día (2011) es la historia de una mujer que literalmente vive en su cabeza. En la animación la música (Javier Torres Maldonado) y la voz en off (guión de Ana Cándida de Carvalho) muestran las voces internas de un personaje femenino realizando una actividad tan banal como salir de trabajar y volver a casa. Lara asegura se hizo feminista gracias a su madre, y pintó flores porque esta y su abuela lo hacían juntas; que su deseo en esta muestra es contar no ya desde un cuerpo femenino, sino desde la experiencia del cuerpo que ha visto, y que quiere darle cuerpo a la emoción. Atando cabos descubro que hay mucho cuerpo en esta muestra: no presente, aludido. En la obra de Magali Lara prevalece una organicidad que no deriva en vitalismo explosivo, sino en una suerte de calma contenciosa. Es un ejercicio de comprensión profunda y participación de los mecanismos y principios de la naturaleza más que un intento por representarlos. Periódico y rítmico, el cuerpo vive pequeñas manifestaciones de los grandes ciclos del universo al que no narra, pues es él la diégesis misma.
Animaciones
Magali Lara
Museo Amparo, Puebla
31 de marzo al 4 de junio
No me acuerdo (2008), animación de fotos que Magali Lara se hizo mientras dibujaba, se inspira en el Alzheimer que padeció su madre durante seis años. Hay dos cosas que destacar de la obra en relación con el tema de memoria y olvido: primero, cómo evidencia el carácter performativo del dibujo y, segundo, cómo en determinado momento de la animación la acción se “corre al revés”, de modo que el trazo se borra. No es gratuito mencionar que tal trazo es una espiral, metáfora del “largo viaje a un mundo sin palabras”. Lara cuenta cómo, al verla, su madre la reconocía, pero no tenía palabras para designar quién era: alguna vez, antes de que perdiera todas las palabras, llegó a decir que era su prima. Dentro del viaje, dice la artista, hay breves momentos en que el enfermo recuerda quién es. (Nada hay más viejo que el sentido de pertenencia). Los sonidos repetitivos de Satisfaction of Oscillation (Yao-Dajuín) complementan la parábola, y la cierran.
No me acuerdo. Cortesía de la artista.
Magali Lara
Museo Amparo, Puebla
31 de marzo al 4 de junio
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