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Alas de petate



A tenor del furor fridomaniaco en Madrid causado por dos exposiciones inmersivas + Alas para volar, la muestra de la colección Dolores Olmedo en la Casa de México en España, escribí esta columna para eldiario.es



Para recibir a Trotsky, Frida montó una mesa esplendorosa. En el medio había una tarta redonda, cuyo centro se hallaba adornado por una hoz y un martillo, circundados por pequeñas velas. Alrededor del dulce, líneas rectas formadas por corolas de flores se proyectaban hacia el exterior, emulando, de alguna manera, los rayos del sol. También con flores, Frida formó letras grandes para escribir la bienvenida: “Arriba la cuarta internacional. Viva Trotsky”. El servicio de té y las servilletas de tela complementaban el decorado. El registro fotográfico está hecho en blanco y negro, pero seguramente la mesa era alegre y colorida.

Aquel gesto, ingenioso y dulce, simpático y femenino, podría parecer una cursilería frente a los ojos de cierta militancia comunista machorra-ortodoxa… y es incluso probable que entre los comensales haya pasado inadvertido o fuese admirado solo de soslayo por considerarse un gesto “menor”, propio de la señora de la casa. El gran mito de Frida Kahlo se gesta, a mi entender, desde el papel secundario en el que vivió gran parte de su vida, y en el que la creación de su propio personaje se forjó no solo como un recurso de la subjetividad, sino como una obra de arte en sí misma.

Sus característicos atuendos mexicanos comenzaron a la par que su matrimonio con Diego. Si al principio se vistió así para él, con el tiempo Frida fue consciente del artificio que estaba creando y lo disfrutó. Dos estancias en Estados Unidos (1930-31 y 1931-33) fueron cruciales en este proceso, pues su exotismo causaba allí mayor revuelo que en México. En San Francisco la gente se detenía en las calles cuando la veía; en las cenas de sociedad, frente a la prensa y entre los intelectuales de Nueva York, su aspecto llamaba la atención y le garantizaba un papel propio dentro del complejo mundo de la hoguera de las vanidades. En el país del norte Frida desdobló su mundo, subjetividad y creatividad en dos territorios: el de la casa y el del exterior. En casa vivió un aborto, dolores, el duelo por la muerte de su madre, y pintó y escribió muchas cartas; afuera, se creó a sí misma como un símbolo.

Existe la expresión bromista “una gripa cariñosa” para referir a un catarro que se prolonga por más tiempo de lo habitual. Creo que la vida de Frida bien podría sintetizarse bajo la idea de un “dolor cariñoso” en todos los sentidos que la expresión encierra y puede provocar. Se ha prestado poca atención, sin embargo, al aburrimiento que se encariñó con Frida, acompañándola durante largas y repetidas etapas de su vida. “Me aburro” es una de las frases que más se repiten en su correspondencia del periodo gringo y también, como es natural, durante las convalecencias a causa del accidente que años atrás le había hecho añicos la pelvis, una pierna y la espalda baja.

El aburrimiento y la soledad llevaron a Frida a entretenerse consigo misma, jugando a crearse y recrearse. En sus cartas de juventud se divertía firmando sus cartas como “Friducha” y también con la versión alemana de su nombre, “Frieda”, al que le quitó la “e” cuando el fascismo ascendió en Alemania. En Estados Unidos se decantó por otro de sus nombres, Carmen, para no ser asociada con el país de origen de su padre, y años más tarde, al dirigirse a su amante Nickolas Murray, se llamaba a sí misma Xóchitl (flor en náhuatl).

Durante mucho tiempo, Frida Kahlo no se tomó en serio a sí misma en el plano artístico y su posición como “esposa del gran genio” la llevó a desarrollar su arte fuera del foco y las presiones públicas. Femenina, íntima y personal, su pintura se alejó de la grandilocuencia de la épica nacionalista que signaba al arte mexicano del momento, y que a la larga terminaría por institucionalizarse en manos del poder.

Aunque su formación como pintora fue autodidacta, tenía amplios conocimientos de la historia y los repertorios del arte. Desde ese emplazamiento eligió deliberadamente acercarse a la estética popular mexicana para cuajar su propio lenguaje plástico. No fue una pintora prolífica ni constante ya que su trabajo a menudo se veía interrumpido por complicaciones de salud y la agitada vida junto a Diego. Con excepción de un par de cuadros, su obra es más bien de pequeño formato.

Los comienzos de su boom artístico se atribuyen al mito fundacional de su encuentro con André Breton. El francés no podía estar más equivocado al etiquetarla como surrealista porque, como dijo Carlos Monsiváis, su pintura no venía del sueño, sino de la vigilia dolorosa. A Frida no le hizo especial ilusión entrar al selecto grupo del surrealismo europeo y enfureció cuando un socio de la galería en la que expuso quiso mostrar solo dos de sus cuadros por considerar que sus obras eran demasiado escandalosas. Durante su estancia en París, se sintió más cercana a Marcel Duchamp que a Breton y su grupo. En realidad, el “primitivismo” de Frida estaba, como el ready made, diez pasos por delante de su tiempo.



Piden aeroplanos y les dan alas de petate, c 1938. Fotografía: Lola Álvarez Bravo


Debido a que su actitud frente al sistema del arte era descreída y sin pretensiones, la obra de Frida es poseedora de un espíritu auténtico y singular que aún hoy se resiste al falaz circo que se ha hecho con ella. La posmodernidad la ha abrazado porque fue una anticipadora de la pluralidad y la contradicción: bella y fea, esposa devota e infiel; apesadumbrada y alegre, mortecina y vital, femenina y mariachi, “ácida y tierna”, en palabras de Diego… bisexual. Frida Kahlo era un caudal de humor, brillantez y carisma; un cortocircuito explosivo y generoso sin concesiones frente a los convencionalismos.

El ascenso póstumo de Frida al panteón de la iconosfera dio como resultado la dispersión azarosa y desordenada de su escasa obra, principalmente en colecciones privadas. Dos de ellas albergan el mayor número de ejemplares, incluyendo sus autorretratos más célebres y cuantiosos objetos personales. La de Dolores Olmedo, que puede verse en Madrid este año y que no visitaba España desde 2005, es el producto de una paradoja, ya que la coleccionista no adquirió los cuadros como producto de la admiración, sino de la enemistad (se rumora que lo hizo para escamotear a Frida y sacarla del mercado). Por su parte, el acervo de la Fundación Vergel (antes colección Gelman) se expuso por última vez en España en el año 2000 y ha estado envuelto en todo tipo de polémicas.

Si el desmontaje del mito de Frida puede ser posible, no tendrá lugar bajo los reflectores, y una exposición crítica, curada y propositiva sobre la artista más famosa del mundo es, hoy por hoy, una quimera. Cuando no están en México, las colecciones Olmedo y Vergel suelen itinerar separadamente alrededor del mundo bajo la forma de exposiciones blockbuster y, con excepción del homenaje oficial por el centenario de su nacimiento celebrado en México en 2007, estos dos acervos, y la obra de Frida en general, no se ha vuelto a reunir en un mismo espacio. Probablemente tendremos que esperar otra fecha conmemorativa para que algo semejante ocurra de nuevo, pero una mirada renovada hacia el personaje, su obra y su legado difícilmente será posible más allá de los variados intereses políticos y de negocios que hoy la atan.

En el estante junto a mi ordenador atesoro varias artesanías populares que consisten en cajitas de madera en cuyo interior se representan escenas cotidianas protagonizadas por calaveras de barro. Tengo especial interés por una que compré en un mercado: con su periquito en el hombro, Frida aparece en una silla de ruedas mientras Diego la pinta. A pesar de que muestra una situación falsa y machista (la artista más emblemática del género del autorretrato siendo retratada por su marido, a quien, en la escena, se le atribuyen algunas de las obras de ella), el objeto me resulta fascinante y revelador porque es producto de la fridomanía a nivel de calle, de la historia viva y no del mito, del poder de la fábula y la creación.

Tal vez Frida necesita escapar del protagonismo y volver al segundo plano en el que fue fecunda y libre; volar del pedestal y sacudirse las toneladas de polvo que intentan inmovilizarla como a la efigie de mármol que nunca quiso ser. Cierro los ojos y la visualizo como la niña frustrada de una de sus pinturas, que quería un avión y recibió alas falsas (Piden aeroplanos y les dan alas de petate, c. 1938). Quisiera pensarla como la Friducha traviesa de las cartas, que se dibuja y garabatea al margen de las páginas, contando historias con desparpajo como un borbotón incontenible de belleza y creatividad.

La etapa bruja


Texto curatorial de la exposición de Liza Ambrossio La etapa bruja en Nadie Nunca Nada No del 17 de junio al 1 de julio de 2022


De la serie La etapa bruja. Imagen cortesía de la artista.

Las personas con heridas se reconocen entre sí. En La etapa bruja se concatenan simbolismos complejos como elaboraciones de psicosis latentes. Una base autobiográfica, real o ficticia, posiciona como mito fundacional de la serie el momento en la infancia de Liza Ambrossio, cuando vio en la televisión a un grupo de mujeres que lloraban paroxísticamente el asesinato de sus hijas. Según el relato de Ambrossio, las chicas habían sido atraídas por anuncios publicados en los periódicos y en las calles buscando a mujeres bellas: jóvenes, altas y delgadas.

Los feminicidios, la atmósfera de miedo y la sensación de desprotección se convierten entonces en esas heridas en las que nos reconocemos mutuamente: dos niñas mexicanas, hacia el fin de siglo, rodeadas por historias de violencia, raptos y desapariciones.

Freud denominó etapas a las distintas fases del desarrollo psicosexual de los sujetos, presuponiendo como prototipo de subjetividad universal al adulto varón burgués de la Europa occidental de su tiempo. La etapa bruja ironiza los principios del mandato psicoanalítico, pues parte de la necesidad de encontrar, mediante la imagen, posibles conjuros frente a la abyección de la necropolítica circundante. Se plantea entonces una etapa bruja en la que, conmocionada frente al televisor, la niña huye y se elabora a sí misma en los territorios del delirio.

Lejos de ser capturadora de una imagen de la realidad, la mirada de Ambrossio es constructora de artificio. La exposición, por tanto, no intenta crear un discurso, sino estados mentales como respuesta a una visualidad intensa y sugerente.


De la serie La etapa bruja. Imagen cortesía de la artista.


Hay un cierto morbo en las capas profundas de la imagen, un placer irresuelto en relación con el miedo forcluido. Pesadillas, ceguera, distorsión mental, memorias, obsesiones, excesos… la puesta en escena establece una dialéctica entre develación y ocultamiento, generando cruces de misterio y voyerismo.

El ero-guro-nansensu (adaptación a la fonética japonesa de las palabras erotic-grotesque-nonsense) está en la base del trabajo de Ambrossio no como “estilo”, sino como la herramienta poética que le permite acariciar temas tabú desde la arbitrariedad de derivas psico-poéticas no administradas, dando como resultado una estética inquietante que sacude las convenciones del buen gusto minimalista, así como de toda una gama de lenguajes visuales que empiezan a agotarse en su respuesta hacia los entornos de dolor, trauma y descomposición social. Las imágenes atacan con efectividad guerrillera confrontando al espectador, que queda sin tiempo (ni espíritu) para la disección o la referencialidad.

Desde su patetismo y ritualidad, las imágenes de Ambrossio no piden lectores sino cómplices; en ellas habita una profusión de ambientes y objetos como huellas de la lucha constante con los fantasmas que la artista postula como acontecimientos primigenios de su subjetividad creadora: infancia, decadencia, dolor, opulencia, abandono, deseo, muerte…


De la serie La etapa bruja. Imagen cortesía de la artista.

El auge de la bruja como figura de referencia para el feminismo actual remite a un momento oscuro de la historia occidental, en la que el exterminio sistemático de mujeres coincidió con el desarrollo de un nuevo orden económico e introdujo un ajuste en los modelos de reproducción social. Al margen de las reivindicaciones del arte “político” o “militante”, la propuesta de Ambrossio coloca a la bruja en el centro de un sistema que genera semiosis diferentes y subvierte ciertos regímenes estéticos en pos del escapismo poético hacia un corazón de las tinieblas que no es finalidad, sino proceso. 


Diana Cuéllar Ledesma


Huracanes

Texto publicado en el catálogo de la exposición Futuro Alternativo  de Dagoberto Rodríguez
Palazzo del Parco, Diano Marina, Italia







El caminante sobre el mar de nubes de Friedrich alcanza la cima y se detiene. Absorto, superado por la belleza de las brumas, respira el viento helado y calla.

En la serie Huracanes (2021) el caminante se convirtió en cibernauta. Las imágenes satelitales de estos fenómenos naturales han sido llevadas al plano pictórico de manera tal que sus estructuras parecen estar elaboradas con bloques de Lego, el juguete de construcción más popular del mundo. Es una operación visual compleja, pues acusa profundas reconfiguraciones epistémicas, estéticas y ontológicas en el campo de interacción entre la especie humana y la naturaleza.

El primer satélite para uso meteorológico fue puesto en órbita en 1960. Desde entonces, el vertiginoso avance tecnológico ha generado todo un repertorio visual que permite acceder al ámbito de lo natural de una manera completamente novedosa para la humanidad. Los satélites, sensores y radares no solo capturan imágenes de la atmósfera terrestre, sino que también hacen accesibles para la vista humana los espectros de luz infrarroja o de microondas. Así, en las pinturas de huracanes de Dagoberto Rodríguez la fuente primaria para su elaboración no es el ojo humano, sino la imagen técnica. Nada en las obras remite a la imagen cultural compartida que tenemos de huracanes, ciclones o tormentas tropicales. Las formas y colores parecen más propias de la ciencia ficción que de aquello que entendemos por naturaleza. Hay, sin embargo, una gran cantidad de información condensada en ellos mediante sofisticadas codificaciones que pueden resultar opacas para la mirada común, pero que son enormemente significativas a los ojos de la ciencia.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Katrina, capturado aquí durante su momento más letal. La silueta perfectamente circular, el ojo bien definido y la armoniosa simetría de sus formas nos hablan de un huracán estable, en el que la cortante vertical de viento es mínima y el poder destructor, máximo. La predominancia del rojo indica una baja temperatura de las nubes en su parte más alta y una convección profunda en su interior, lo que se traduce en tormentas intensas y tupidas. Katrina comenzó como una depresión tropical el 23 de agosto de 2005 y alcanzó su potencia máxima como huracán categoría 5 el día 28 del mismo mes. Se estima que ha sido el más destructivo en la historia reciente de los Estados Unidos de Norteamérica, dejando tras de sí alrededor de 1800 muertes y causando un trauma significativo en la memoria colectiva del estado de Luisiana y del país en general.

Los huracanes son acontecimientos de gran impacto en las Antillas y el Atlántico circuncaribe. Su poder arrasador ha marcado hitos en el imaginario social y se traduce también en el campo cultural. Ya en 1947 Fernando Ortiz dedicaba un libro a la mitología y los símbolos de estos acontecimientos atmosféricos, venerados y temidos por las civilizaciones antiguas. Los huracanes están presentes en la danza y la mitología de los mayas, en los grabados de Theodor de Bry, en la poesía del Caribe francófono y en la literatura de Ernest Hemingway y de William Faulkner. Con la serie Huracanes Dagoberto Rodríguez se suma a esta amplia tradición cultural de la región, que va mucho más allá de cuestiones idiomáticas o localismos nacionales, y que, en cambio, responde al irreductible poder de la naturaleza. Como acontecimiento meteorológico, pero también sociocultural, los huracanes configuran un espacio dilatado que incluye la totalidad del Caribe, el Golfo de México, la costa de la Florida y la cuenca baja del Mississippi. Como parte de este complejo entramado cultural, los Huracanes de Rodríguez sintetizan con elocuencia las sensibilidades y paradigmas de la coyuntura actual.

Frente a la creciente concientización sobre el impacto devastador de la humanidad en el planeta y la crisis del calentamiento global, nuestro posicionamiento frente a la naturaleza acusa lentos y paulatinos cambios y así, hoy se discuten los alcances del antropoceno y el fin de la era del posthumanismo. Si el romanticismo en el arte surgió en un momento en el que la ciencia de la ilustración había despertado el interés por conocer la naturaleza y productivizarla al máximo, superando el terror que aquella causaba durante el medioevo, en las circunstancias presentes la humanidad ha tenido que asumir nuevamente su fragilidad frente a las fuerzas telúricas. Se impone por tanto la renegociación de nuestra condición epistémico-existencial y la búsqueda de agenciamientos ético-políticos que puedan rebasar los preceptos del humanismo renacentista eurocentrado, según el cual el ser humano es eje y medida de todas las cosas. Como propone la filósofa Rosi Braidotti, la ética afirmativa del posthumanismo no debería enfocarse en suturar las brechas insalvables entre los humanos y las otredades no humanas, sino en asumir que “estamos juntos en esto”. En esta línea, una perspectiva amplia, distanciada del antropocentrismo prevaleciente, dicta que, pese a ser considerados desastres, la función de regulación térmica de los huracanes reviste una gran importancia a nivel meteorológico, puesto que llevan lluvias a zonas de sequía, aumentan el caudal de ríos y arroyos, y recargan los acuíferos.

En la serie Huracanes Dagoberto Rodríguez captura la belleza letal de esos fenómenos atmosféricos, pero no lo hace, como Friedrich, desde el posicionamiento de lo sublime romántico del siglo XIX, sino mediante un retruécano en el que el tratamiento pictórico se impone sobre la imagen técnica. Es en su lenguaje plástico – pictórico – y no en la tecnoimagen científica, donde Rodríguez encuentra su “presencia-en-el-mundo”, y esa presencia en el mundo está signada por las singularidades geográfico-culturales en las que su subjetividad se cuece. El huracán estuvo presente en su trabajo creativo desde los tiempos de Los carpinteros, según puede apreciarse en obras como Pequeña palma huracanada (2018) y también, extendiéndose en su alcance conceptual, en la serie de fríos estudios del desastre (2005) así como, a nivel formal, en el uso de piezas de Lego para crear estructuras mutables y juguetonas. La primera de las piezas mencionadas rinde homenaje a la resiliencia de las sociedades del Caribe mediante la metáfora de las palmeras: flexibles, pero resistentes cuando son sacudidas por el viento de temporal. La segunda es una serie de instalaciones en las que alguna situación de caos se congela para ser diseccionada, generando entornos de tensión y belleza. Ya en solitario, el antecedente de los huracanes y el interés por la perspectiva satelital se hallan tanto en la obra pictórica como escultórica de Rodríguez, según se aprecia en obras como Remolino de Lego azul (2019), Satélite de barro (2019) y en la serie Dispositif (2021).

Hay un antropomorfismo implícito en el hecho de llamar a los huracanes con nombres humanos. En línea con lo anterior, las pinturas de Dagoberto Rodríguez podrían considerarse como auténticos retratos ya que capturan las particularidades físicas y el “temperamento” de cada uno de ellos: Andrew, Dorian, Irma o Patricia resuenan en la mente como personajes de un mito primitivo y nos teletransportan a la originaria pulsión simbólica de la humanidad. Y tal como un buen retrato evoca y activa recuerdos en torno al retratado, la serie Huracanes apela a la memoria sensible de quienes vivieron aquellos acontecimientos. Existen grupos en Facebook en los que los supervivientes de algunos huracanes se congregan y comparten fotos y recuerdos como un rito terapéutico mediante la imagen. De acuerdo con Mircea Eliade, los procesos de desacralización en la cultura occidental no han conseguido eliminar por completo la volición humana por el espiritualismo: “el hombre moderno ha ‘olvidado’ la religión, pero lo sagrado sobrevive sepultado en su inconsciente”.


Si lo anterior es verdad para el hombre occidental, continúa Eliade, lo es aún más para el artista, puesto que la subjetividad artística “no se comporta de un modo pasivo con respecto al Cosmos ni al inconsciente (…) penetra, a veces peligrosamente, en las profundidades del mundo y de su propia psique (…) Abolir las formas y los volúmenes, descender al interior de la sustancia, desvelar las modalidades secretas o larvarias no son en el artista operaciones emprendidas en busca de un conocimiento objetivo, sino aventuras provocadas por el deseo de apresar el sentido profundo de su universo plástico”. En efecto, tras la aparente distancia objetiva de la mirada científica, en los Huracanes de Rodríguez prevalece una sensibilidad trepidante y una extraña sensación de sobrecogimiento. Quien logre conectar con los abstractos simbolismos de la serie probablemente esté conjurando un miedo atávico, porque, más allá de las aproximaciones científicas y el esquematismo de la tecnoimagen, en el campo profundo de lo simbólico los huracanes pertenecen, según decía Carpentier, al reino puro de las emociones más primarias: “el pánico de los barómetros”; “la demencia repentina de la Rosa de los Vientos”.

Diana Cuéllar Ledesma

Mi participación en Prime. Art's Next Generation






Me alegra compartir  el lanzamiento de Prime. Art’s Next Generation, un proyecto editorial en el que he tenido el gusto de participar. 

Siguiendo el concepto de su icónica serie Vitaminla editorial Phaidon ha lanzado Prime. Art's Next Generation. Se trata de un mapeo del arte joven más  innovador y propositivo a escala mundial. 


  • El volumen reúne a 107 artistas nacidos después de 1980 trabajando en distintos formatos, técnicas y temáticas.
  • Expertos y curadores de todo el mundo, en el mismo rango de edad, hemos propuesto a los artistas.
  • Un comité de selección ha elegido a dos artistas latinoamericanas nominadas por mí, incluyéndolas en el volumen.


 


"This stunningly illustrated survey brings together more than 100 of the most innovative and interesting contemporary artists working across all media and spanning the globe.
These are tomorrow’s art superstars as chosen by the future leaders of the art world: the curators, writers, and academics with their fingers on the pulse of contemporary art and culture." 
   Phaidon

"The art stars of tomorrow" 
The Art Newspaper

"An A-to-Z of more than 100 era-defining artists working around the world today" 
Elephant



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No son las formas

 Texto para la exposición No son las formas de Rubén Ojeda Guzmán. Curaduría: Andrea Fontana

                    Fotografía: Francesca Todeschini

La frase saltó de la boca del político a la del cantante y de los grafitis a la sala de exposición. El eslogan terminó por convertirse en burla: “VIVA ESPAÑA” sintetiza las contradicciones de un devenir histórico tambaleante e incierto frente al que el humor es la última defensa. Su deliberada alteración ortográfica (“BIBA ESPAÑA”), usada como meme/pinta callejera, se posiciona desde una distancia sardónica que lo apropia y cambia su sentido: el error se incorpora a la grafía para revelar el fracaso intrínseco de la consigna. Como en el caso de “emosido engañados”, otra pinta callejera que se viralizó bajo la forma de meme, hashtag y locución popular, nos encontramos frente a nomadismos sígnicos que acusan un descreimiento cínico y profundo frente los relatos y modos políticos de nuestro tiempo.

En la obra de Rubén Ojeda esta multivectorialidad de sentidos se materializa mediante el uso de la pólvora. El registro en el muro (la escritura) es la huella de pequeñas explosiones concatenadas. En la pared de enfrente la operación se repite, pero la frase se lee a la inversa, como en un espejo. La activación de la pieza tuvo lugar el 12 de octubre, fiesta nacional de España, a la misma hora en la que se realizaba en Madrid el desfile militar.

El artista ha recurrido con anterioridad a petardos y otros artefactos explosivos cuyo uso recreativo es común en Oaxaca, y en general en México, en el contexto de las celebraciones populares. Ojeda retoma su uso en Madrid para comentar sobre las aporías de una ciudad cuyo habitus está signado por el solaz y la capitalización desenfrenada. El vermú y las cañas se convierten en momentos mediados por el consumo, el derecho al bar se reclama en las casillas electorales y las calles se terracifican bajo la consigna de la libertad.

En el fondo de la sala un extraño dispositivo ritma la aparente erección del personaje de la caja de cerillas. El fósforo sube y baja con cadencia. Lo incendiario late como la pulsión deseante de la urbe: las multitudes explotan y se contienen en un ciclo constante de producción, evasión, duda y enojo. La represión es un arte innecesario cuando se puede hablar de todo. Pero si las cosas se complican, es porque no son las formas.

Diana Cuéllar Ledesma

El mural que será

Texto para el proyecto El mural que debió ser, liderado por mis alumnas Dea López y Cassandra Sumano en marzo de 2021 en Oaxaca, México.



El mural que debió ser retoma una historia de machismo para transformarla en una historia de feminismo.

La artista mexicana María Izquierdo escribió una sentencia con la que muchas nos identificamos: “Es un delito nacer mujer. Es un delito aún mayor ser mujer y tener talento”. En 1945 Izquierdo fue comisionada para pintar un mural en el Palacio de Gobierno de la Ciudad de México; sin embargo, el proyecto fue cancelado repentinamente sin que la artista recibiera una explicación clara al respecto.

Todo parece indicar que Izquierdo fue víctima de un boicot encabezado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y otros pintores, quienes, lejos de promover una legítima discusión político-estética acerca de la artista y su trabajo, recurrieron a la descalificación machista para sustentar su posición contra ella.

La presencia femenina en el muralismo mexicano fue numéricamente escasa y ha sido desafortunada en términos de acogida crítica e historiográfica. Por lo general los murales realizados por mujeres han pasado a la historia como obras secundarias o derivativas. Si el muralismo ha sido el arte canónico y nacional por excelencia, y las mujeres han sido sistemáticamente excluidas de él, entonces la base fundacional de la institución artística e intelectual mexicana adolece de un machismo estructural, profundamente arraigado.

El mural que debió ser es una acción poderosa y necesaria. Reivindica a una artista y a una feminista. Nos reivindica a todas. Lo hace desde una acción colaborativa que desdibuja el principio autoral y señala el pasado con el mismo dedo con el que marca las pautas del futuro (uno en el que las bases del patriarcado seguirán flaqueando y en el que no toleraremos el machismo institucionalizado del establishment de este país. Ni el arte, ni en la ciencia, ni en las familias, ni en el estado).

En un texto publicado en 1947 María Izquierdo condenaba la hegemonía y personalismo que primaban en el sistema artístico mexicano y planteaba, a modo retórico, tres preguntas que las promotoras y participantes de El mural que debió ser parecen responder mediante esta iniciativa. “¿Dónde hay otros muros? ¿Cuándo los habrá? ¿Quién los pintará?” Creo que a Izquierdo le gustaría saber que los muros los estamos tomando, que las pintas feministas están desestabilizando al viejo orden, que las restauradoras con glitter están preservando otras memorias y que, por lo tanto, el muralismo renovado, y el arte público de hoy, son nuestros.

Alrededor de cien mujeres, en su mayoría jóvenes, han respondido a la convocatoria. El ocho de marzo de 2021 dará inicio la pintada colectiva del mural que debió ser y no fue. Los bocetos de María Izquierdo serán activados y la acción se registrará en video.

Diana Cuéllar Ledesma




Words Matter Lenguaje y geopolítica globalizada en la obra de Dagoberto Rodríguez

Mi texto curatorial de la exposición Tus manos están bien. Madrid, Galería Ivory Press, 2019

Diana Cuéllar Ledesma


            Tweet, 2019 (detalle)


Un suceso perversamente bello tuvo lugar en mayo de 2016. Tras la toma de Palmira por parte de las tropas sirias, el gobierno ruso de Vladimir Putin organizó en las ruinas del anfiteatro romano de aquella ciudad un concierto sinfónico. Había pasado casi un año desde que el estado islámico realizara en ese mismo escenario, considerado por la Unesco patrimonio mundial de la humanidad, un video que registraba una suerte de performance escenificada (la autenticidad de la grabación nunca pudo comprobarse) en la cual un grupo de menores de edad asesinaba a veinticinco solados sirios delante de una multitud de espectadores sentados en la platea.

Bajo el lema “Oración por Palmira. La música revive las viejas murallas”, el concierto de la orquesta sinfónica del teatro Mariinsky de San Petersburgo en Palmira fue a todas luces una movida estratégica de Rusia para mejorar su imagen mediática tras su intervención en la guerra de Siria. No obstante, y al margen de las consideraciones geopolíticas, el portento estético del acontecimiento dio lugar a una imagen inusual de poesía en medio de la guerra. Sin embargo, aquel concierto fue un hecho preconcebido y cautelosamente orquestado. En contraste, muchos otros instantes de enorme dimensión estética tienen lugar en la cotidianidad de los contextos más desgarradores y de manera espontánea. La exposición 
Tus manos están bien se inspira en uno de ellos.

Dagoberto Rodríguez ha sabido (de)codificar una situación de belleza casi mística que fue consignada en un video de escasa duración y factura rudimentaria realizado por un combatiente de la guerra Siria y difundido a través de la red social Twitter. Tras perder ambas manos después de disparar un misil antitanques a las afueras de Damasco, un viejo recibía consuelo por parte de su joven compañero de batalla. Contra toda evidencia, este le aseguraba al herido que sus manos estaban bien y acto seguido lo invitaba a alabar a Dios. El herido le daba entonces la razón y después efectuaba sus plegarias. Se trata de un acto de fe sobrecogedor y extremo. El diálogo, cuya estructura salmódica recuerda a un verso coránico, ha sido capturado por Rodríguez en un mosaico mural realizado artesanalmente mediante la ancestral técnica de la azulejaría árabe. Gracias a la opacidad del signo, que hace a los caracteres árabes ininteligibles para la mayoría del público en occidente, el contenido de la conversación queda oculto tras la belleza de la caligrafía y su exquisita factura en piedra. El título de la pieza, 
Tweet, sintetiza las contradicciones entre un mundo hiperconectado y la pervivencia de prácticas religiosas premodernas. Por otra parte, el hecho de que la guerra de Siria esté siendo consignada en tiempo real y mediante aquel tipo de publicaciones realizadas por los mismos combatientes y víctimas, ha dado como resultado una reconfiguración del papel que los medios de comunicación convencionales han tenido históricamente en la conformación del imaginario y los relatos de los conflictos armados. Se trata, por así decirlo, de la emergencia de relatos polifónicos surgidos desde abajo, que complementan, o incluso sustituyen, a las grandes narrativas articuladas por poderosas compañías de televisión o la prensa escrita. De esta manera, la pieza contiene y explota muchas de las múltiples complejidades que puede llegar a contener una brevísima escena de guerra, como aquella encontrada aleatoriamente por el artista en la inmensidad del ciberespacio.

Aunque formalmente 
Tweet parece alejarse del trabajo previo de Rodríguez (quien entre otras cosas ha explorado las intersecciones entre diseño y arte, y desarrollado un muy personal universo de imágenes en acuarela) su inquietud de base conecta poderosa e innovadoramente la pieza con la trayectoria previa del artista. Es una obra sobre la fe, la guerra, las telecomunicaciones y la geopolítica contemporánea, pero, también, y sobre todo, es una indagación sobre el poder de la palabra. Resulta revelador que el aspecto del referido video que más haya llamado la atención del artista no fuera la imagen en sí, sino, precisamente, el diálogo, la belleza de los caracteres árabes y el hecho de que un intercambio oral en un contexto de dolor y urgencia fuese estructurado como poesía. Lo anterior no resulta extraño si consideramos que en el Islam el lenguaje tiene un enorme y abarcador alcance. Es una de las tres religiones comúnmente llamadas “del libro”, es decir, que parten de la creencia de que “la palabra” de Dios se halla contenida en uno o varios textos que fungen como reglamento y guía espiritual de sus creyentes. Tiene además la particularidad de que su libro sagrado condensa dos dimensiones del lenguaje: escritura y oralidad. En efecto, la palabra Corán suele ser traducida como «recitación» para subrayar el hecho de que la palabra de Alá no se limita al texto escrito, sino que debe también transmitirse de manera oral, mediante el canto y la recitación.

Rodríguez ha manifestado su intención de rendir homenaje al hombre que perdió sus manos mediante esta pieza cuya refinada factura es completamente manual y requiere enorme dedicación y destreza por parte del artífice. La imagen de “dejarse las manos” actualiza el viejo contrapunteo entre las armas y las letras o, lo que es lo mismo, la guerra y el arte, dos pulsiones contrapuestas que se han mantenido vivas en prácticamente todas las culturas del planeta a lo largo de la historia. A nivel simbólico, las manos tienen gran relevancia en la cultura árabe: su uso está regulado por la ley sagrada y son, junto con los ojos, la expresión estética corporal más importante. La mano es también la herramienta humana por excelencia. Esto tiene especial valor para un artista como Dagoberto Rodríguez, cuya obra inicial dentro del colectivo 
Los carpinteros estuvo focalizada en el trabajo manual con madera y otros materiales que suelen asociarse con la artesanía y no con el arte. Así, esta vuelta a lo manual es una condena a aquella trasnochada jerarquización de la creatividad y un retorno dialéctico dentro de la trayectoria de Rodríguez. En general, y según se irá viendo más adelante, las obras que componen la muestra parten de situaciones de complejidad y contradicción (industrial o artesanal, tecnología o naturaleza, alta o baja cultura, arte o guerra) que el artista sintetiza, resuelve o comenta con humor y poesía.

Es importante destacar que el vídeo que inspira la obra circulaba en una red social, Twitter, cuyo concepto y dinámica evocan los mecanismos propios de la comunicación oral (inmediatez, réplica y rápida circulación o cotilleo). Al llevar el mentado diálogo a la piedra mediante una antigua técnica artesanal, se establece un sutil contraste entre la velocidad y volatilidad de la información difundida mediante plataformas digitales y la vieja práctica de plasmar los textos en piedra para hacerlos perdurar. No menos importante, en inglés la palabra twitter refiere al canto de las aves, es decir, alude al orden de lo natural. Sin embargo, en la actualidad y a nivel global, dicha palabra suele asociarse casi por antonomasia a la red social homónima, o sea, al ámbito de la tecnología. Este desplazamiento de sentido hace evidente el carácter vivo y cambiante del lenguaje, algo que de antaño ha subrayado la escuela de la filosofía analítica. Fue precisamente uno de los filósofos analíticos, John L. Austin, quien, mediante su teorización sobre “los actos de habla”, llegó a la conclusión de que literalmente pueden hacerse cosas con palabras. Esto quiere decir que el lenguaje constituye en sí mismo acción y realidad y no solo se limita a capturarlas.

El lenguaje es y ha sido un elemento de suma importancia en la historia y sensibilidad de Cuba. No podría ser de otro modo en un país cuyo héroe nacional es un poeta. Del poder de las palabras supo abrevar muy bien la revolución cubana. Fidel Castro no teorizó sobre los actos de habla y probablemente ni siquiera oyó nunca hablar de John Austin. El filósofo, sin embargo, bien podría haber tomado al líder cubano como referente en sus disertaciones sobre el poder performativo del lenguaje. No sin razón, los analistas e historiadores han destacado la importancia que Castro dio a la difusión y consolidación de su imagen personal en los medios de comunicación masiva. Tanto a nivel local como internacional, miles de fotos y videos lograron posicionarlo como un ícono mundial, presentándolo en muchas ocasiones como líder carismático y valiente, y a la revolución cubana como un proceso histórico exitoso de concordia y justicia social. Sin embargo, la propaganda del régimen no pasó exclusivamente por la explotación de la imagen técnica. Los largos discursos de Fidel Castro, así como sus frases lapidarias y provocadoras, se han convertido ya en un rasgo distintivo de su personalidad. La retórica revolucionaria y sus consignas ideológicas se difundieron en los medios de comunicación y llenaron las calles de la isla, ya fuera escritas sobre los muros, desplegadas en vallas o a través de afiches en las oficinas y escuelas. El régimen castrista también supo apropiar palabras de personajes históricos dotándolas de nuevos sentidos según su conveniencia. El caso más paradigmático de este tipo de operación probablemente sea el del héroe nacional José Martí, cuyo vocabulario en la lucha de independencia de Cuba contra España allá en el siglo XIX fue provisto de connotaciones antiimperialistas hacia Estados Unidos de acuerdo con los intereses del bloque cubano-soviético durante la guerra fría.

En la serie 
Emblemas (2018) Rodríguez retoma algunas de aquellas consignas revolucionarias y las presenta desde la estética de los emblemas de los automóviles estadounidenses de mediados del siglo XX. Aquellos vehículos automotrices, símbolo del desarrollo capitalista de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, fueron desapareciendo de las calles del mundo con la paulatina incorporación de modelos más recientes. Es una deliciosa paradoja que en Cuba se hayan mantenido en pleno uso a lo largo de sesenta años de comunismo, llegando incluso a formar parte del repertorio turístico-visual de La Habana, en donde son conocidos como “almendrones”. En la serie Emblemas los logotipos de marcas como Ford, Pontiac y Cadillac han sido sustituidos por frases propias del discurso político cubano y, en ocasiones, del habla popular. Al respecto resulta fascinante que, al ser el vocabulario y la retórica revolucionarios presencias tan asfixiantes en la vida de los cubanos, algunas de sus frases hayan sido incorporadas al habla coloquial tras haber pasado por sus respectivos procesos de apropiación y desviación de sentidos, casi siempre con tendencia hacia el humor y la cultura de la “jodedera” (choteo). Nuevamente, el lenguaje trabaja de maneras imprevisibles. Finalmente, en la serie los objetos que otrora fueran identidad de marca y ostentación del lujo se convierten en portadores de mensajes radicalmente diferentes a los que en su origen tenían, pero también, y esto es importante, se reconvierten en objetos suntuarios merced a los procesos de mercantilización del arte. El artista establece así un guiño irónico hacia los procesos de circulación y fetichización no sólo del arte, sino también de los discursos y las ideologías.

La acelerada circulación de contenidos y las derivas de sentido se han convertido en situaciones cada vez más habituales en este mundo globalizado. En 2006 el periodista Spencer Ackerman reportó, por ejemplo, el gran éxito que la canción 
Gasolina tenía entre los traficantes de combustible de origen kurdo durante la guerra de Irak. Esa extraña y fascinante apropiación de uno de los temas más representativos del reguetonero Daddy Yankee es una muestra fehaciente de los alcances de este género musical inusitadamente exitoso, y que ha sido polémico por el contenido sexual de algunas de sus letras y la manera en que se baila. Y es que a diferencia del rap y el hip hop, dos géneros musicales muy cercanos y por los que el reguetón se ha visto influenciado, este último se distingue por ser música bailable. Su paso más representativo se conoce popularmente como “perreo”, y consiste en agitar las caderas con vigor y cadencia. Su apelativo refriere al hecho de que suele ser bailado en pareja de una manera tal que la disposición de los cuerpos emula la posición que los perros y otros animales emplean para realizar el coito. No obstante, y en virtud del profuso universo mediático y social en que ha surgido, el reguetón ha desarrollado una muy particular lírica que, lejos de constreñirse a los contenidos sexuales, está llena de referencias a la política regional e internacional y de citas de la cultura popular, de masas e incluso de la llamada “alta cultura” proveniente de diversas coordenadas del planeta. La escucha atenta de algunas canciones le ha descubierto a Dagoberto Rodríguez algunas facetas insospechadas de este tipo de música. En ellas se ha centrado para realizar su reciente serie Reguetón.

El artista ha seleccionado ciertos fragmentos de canciones para inscribirlos en piedra. En esta serie es significativo el hecho de que, extraídas de su contexto original, muchas letras de reguetón muestren escasa diferencia con el discurso político o el religioso. Por otra parte, en muchas ocasiones, y tras su bullicioso vitalismo y estética desbordante, subyacen aspectos existencialistas, que acusan la búsqueda humana por la trascendencia y el sentido de la vida. El hecho de que las raíces y el impacto del reguetón puedan localizarse especialmente en Puerto Rico y entre las comunidades latinas en Estados Unidos, ha llevado a que sus contenidos sean expresados lo mismo mediante jergas muy locales del español que en spanglish. Pese a lo anterior, el género se ha mantenido principalmente en el ámbito del habla hispana, situación que ha causado giros culturales insólitos a escala mundial, como el hecho de que la palabra más buscada en Google en el año 2017 haya sido una en castellano (“despacito”, merced a la canción homónima popularizada por Luis Fonsi y Daddy Yankee) o que las más grandes estrellas de la música internacional estén buscando cantar en español e incorporen con mayor frecuencia la estética reguetonera en sus producciones con la intención de aumentar sus ventas y popularidad. Así, tanto en lo musical como en lo lírico, el reguetón ha producido textos con una densa carga cultural y ha favorecido dinámicas que subrayan y repotencian la multivectorialidad de identificaciones cruzadas tan características de nuestro tiempo.

Pese a lo anterior, y como resultado de las dinámicas propias de la industria musical, el reguetón ha sido clasificado y encasillado de manera simplista como música latina y como tal se ha mantenido en los imaginarios internacionales. Un análisis profundo como el realizado por el etnomusicólogo Wayne Marshall confirma lo anterior, pero también destaca la dimensión transnacional de este fenómeno cultural, que no es sino el resultado de los intercambios y contaminaciones entre el bagaje cultural de la región circuncaribe y la música urbana estadounidense. En el reguetón y sus dilatados círculos estilísticos también se ha establecido un productivo pulso entre los recursos tecnológicos más recientes y la presencia de instrumentos musicales y patrones rítmicos de ancestral raigambre afrocaribeña. En este orden de cosas no resulta sorprendente que el género haya tenido enorme impacto en Cuba, pero los cubanos, orgullosos de los grandes aportes musicales de su país al mundo, se han negado a hablar de reguetón cubano y en cambio prefieren el término cubatón para referir a la producción local de este tipo de música.

Durante mucho tiempo, y aún hoy, el rechazo al reguetón fue casi un lugar común entre el grueso de la intelectualidad latinoamericana y en ciertos sectores sociales en España. Esto ha sido así principalmente a causa de dos razones: una legítima y atendible crítica al carácter sexista de sus letras, y la difundida creencia de que a nivel musical se trataba de un género pobre y de escasas aportaciones. Con independencia de que ambas cuestiones pueden ser ampliamente discutidas, lo cierto es que el reguetón es un fenómeno complejo y rico que amerita ser analizado cuidadosamente. Así lo hizo en 2009 un grupo de especialistas, cuyas reflexiones académicas y teóricas fueron recogidas en un volumen monográfico publicado por la universidad de Duke en Estados Unidos. Diez años más tarde, los sucesos políticos de Puerto Rico han vuelto a poner el foco en este fenómeno cultural, su impacto en la configuración de las subjetividades y sus zonas de contacto/impacto político. A raíz de la filtración de las conversaciones de WhatsApp entre el hoy ex gobernador de la isla, Ricardo Rosselló, y once hombres de su círculo cercano, la sociedad puertorriqueña, cansada de décadas de malas administraciones, corrupción y el cinismo de la clase política, salió a las calles para exigir la renuncia del gobernador. De entre todas las personalidades que apoyaron la causa, destacaron particularmente los cantantes Bad Bunny (Benito Antonio Martínez Ocasio) y Residente (René Juan Pérez). La canción Afilando los cuchillos, escrita e interpretada por el dueto, se convirtió en una especie de himno para las protestas, y las redes sociales comenzaron a arder con memes que comparaban a aquellas celebridades con ideólogos y líderes político-sociales como Karl Marx o Ernesto “Ché” Guevara.

Durante doce días consecutivos decenas de concentraciones en repudio a Roselló tuvieron lugar en Puerto Rico. El 24 de julio se convocó a una sesión multitudinaria de baile/protesta en las escalinatas de la Catedral Metropolitana de San Juan. Unas horas antes de la cita, el cantautor Tommy Torres realizó una publicación en Twitter en la que preguntaba a qué hora había sido convocado el evento. El tuit en cuestión se viralizó de inmediato debido a la acertada precisión con la que Torres se refirió a la sesión de baile colectivo (“¿A qué hora es el perreo combativo ese?” fueron, literalmente las palabras del músico). Se acuñó así el término “perreo combativo” para referir a aquella insólita práctica de oposición política, carnal, multitudinaria y festiva. La misma noche en que el perreo combativo tuvo lugar, Ricardo Roselló renunció a su cargo.

En las obras aquí reunidas Dagoberto Rodríguez trabaja con diversas texturas y requiebros del lenguaje. La puesta en común de tres acontecimientos aparentemente inconexos en tiempo, espacio y concepto permite al artista explorar y reflexionar sobre los alcances del lenguaje en tanto que territorio para la conformación de la subjetividad, la configuración de los relatos y el ejercicio del poder. La exposición aglutina, además, diferentes formas históricas de escritura y textos de naturaleza diversa. Tus manos están bien se constituye así como una suerte de exposición-libro o, para ser más precisos, exposición-tabla, estableciendo un vínculo histórico-conceptual con las tabletas digitales contemporáneas y planteando una reflexión colateral sobre la historia y los mecanismos de su elaboración. En estas obras las palabras importan y hacen. Rodríguez enfatiza los procesos de una historia viva, que se escribe y se borra, se difunde y se viraliza, se canta y se reza. Si, como decía Ludwig Wittgenstein, los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo, en estos ejercicios de ampliación, dislocación y deriva lingüística los mundos se ensanchan y las ideas se agitan (o perrean).

Roma. La educación sentimental en la era de Netflix

Publicado en Campo de Relámpagos, julio 2019


El hablar de domesticidad es describir un conjunto de emociones percibidas, no un solo atributo aislado. La domesticidad tiene que ver con la familia, la intimidad y una consagración al hogar, así como una sensación de que la casa incorpora esos sentimientos y no solo les da refugio. 

W. Rybczynski: La casa. Historia de una idea 





1. Anagrama y política

La reciente inclusión de la palabra amor —y su dilatado campo semántico— en el vocabulario político mexicano hace pertinente un debate sobre la educación sentimental en el país y sus zonas de contacto/impacto político. La retórica “amorosa” comenzó a entrar en la política antes de las elecciones de 2012, cuando Andrés Manuel López Obrador contendía, por segunda vez consecutiva, como candidato a la presidencia del país y MORENA todavía no era un partido político, sino una asociación civil liderada por él. (1)  Resulta comprensible que el demagógico proyecto morenista de hacer de México una “república amorosa” encontrara eco entre el grueso de la sociedad mexicana, atravesada como está, por todo tipo de violencias, dolor y hartazgo. López Obrador no ganó las elecciones de 2012, pero sí las de 2018 con un amplio margen de ventaja. 

La apelación emocional en el discurso político no es un fenómeno nuevo ni aislado. Su impetuoso y reciente revival ha despertado todas las alarmas ante una peligrosa repotenciación de los extremismos nacionalistas, los discursos de odio y el populismo. Paulina Aroch y Brían Hanrahan consideran que, en el caso mexicano, la implementación del amor como categoría política se ha erigido como la plataforma desde la que el actual presidente y sus allegados ejercen (al menos en lo discursivo) lo que los autores denominan como su “ascetismo político”. (2) Ciertamente, iniciativas como la implementación de una “Constitución moral”, la reconciliación nacional, la austeridad republicana o su slogan de campaña “abrazos, no balazos”, apelan a una  determinada moral y su consecuente dimensión emocional.

En diciembre de 2018 López Obrador tomó posesión de su cargo como presidente de México. Ese mismo mes se estrenó Roma. Dado que el melodrama, como principio estructural de la educación sentimental en México, está en relación directa con la tradición audiovisual nacional (radio, cine y televisión), el título con el que el crítico cubano Dean Luis Reyes encabezaba su reseña de aquella película llamó mi atención: “Roma, o la reinvención del cine de lágrimas”. En dicho texto, y tras elaborar un valioso análisis del filme, el autor concluye, entre otras cosas, que la película es una “interfase entre el viejo cine mexicano y una sensibilidad que opera menos a partir de producir una imagen de lo nacional que desde la noción de lo transnacional.” (3) 

¿Cómo y por qué reinventa Roma el melodrama a la mexicana? (4) ¿Cuál es la idea de amor que prevalece en el filme? ¿Cómo es que el lenguaje cinematográfico (de)construye determinadas acepciones de maternidad, familia, infancia y país? ¿De qué manera opera todo esto dentro y fuera del contexto mexicano en la coyuntura geopolítica actual? Una salsa de Rubén Blades ya sentencia la dimensión casi inefable de estos asuntos: “familia es familia y cariño es cariño”.


2. Amor y control

El título de la película contiene ya su poderosa ambivalencia: en la dimensión más estrictamente local, Roma es el nombre de un barrio de la Ciudad de México; en términos geopolíticos, la capital de Italia. Hay que notar que estas variaciones en la acepción de una misma palabra responden a criterios político-territoriales; sin embargo, leída “al revés” (como anagrama) la palabra roma deviene en: amor. El amor es una categoría del ámbito sentimental asumida como universal para la totalidad del género humano. En efecto, la trama de Roma está ambientada en un contexto hiperlocalizado (la ciudad de México en el año 1971), pero casi toda la acción transcurre en un medio familiar y doméstico que, por sus connotaciones afectivas, logra operar sin problemas a nivel abstracto.

Una lectura simple indicaría que en Roma hay una familia, heterosexual, nuclear y burguesa. Esta se compone por un padre y una madre, cuatro hijos y una abuela que vive con ellos. Algunos dirían que las dos criadas que viven en la casa forman parte del grupo familiar y esto último podría generar opiniones encontradas (pero en esta ocasión no voy a detenerme en esto). Sin embargo, la lectura inversa (anagrama) nos muestra lo contrario. Que la trama del filme gire mayoritariamente en torno a una unidad familiar no quiere decir que no haya en Roma otras familias; antes bien, lo que este hecho subraya es que esas familias han sido desplazadas, dislocadas y subsumidas bajo el orden dominante de la familia heteropatriarcal de clase media urbana. 

Pensemos en las criadas Cleo y Adela, dos muchachas indígenas que emigran a la capital por razones económicas. En cada caso hay una familia rural, muy probablemente campesina, fragmentada por la separación física y la experiencia migrante. Existe también, espectralmente, la familia de Fermín, el novio de Cleo, quien, tras quedar huérfano de madre, fue criado por su tía en medio de la miseria de Ciudad Nezahualcóyotl. No menos relevante es la familia que habrían formado Cleo y su hija no deseada de no ser por el aborto espontáneo que sufre la primera. A estos casos podría incluso añadirse la nueva familia del padre de la familia burguesa, quien ha abandonado a su esposa e hijos para vivir con una mujer más joven. En cualquiera de los casos, Roma desmonta el ideal de la armonía familiar para incidir en las fricciones y violencias inherentes a esta unidad social. Un hecho significativo, sin embargo, es que existe una axiología según la cual la pervivencia de un  determinado modelo de familia radica en el perjuicio de las otras: para que la familia nuclear burguesa pueda mantenerse y reproducirse es menester “sacrificar” o violentar otras formas de familia y sociedad excluidas del proyecto moderno (pensemos, por citar un ejemplo elocuente, en la planificación urbana, el diseño de los automóviles y las nuevas viviendas; estos últimos están pensados para  familias nucleares con pocos hijos y no para la familia extendida agraria, que incluiría a abuelos, tíos, primos, etc.). 

Aunque naturalmente el mexicano no es el único estado cuyo fundamento moral descansa en una retórica familiarista, lo cierto es que sus particularidades históricas (siete décadas de concentración del poder en un único partido político, emanado de una fallida revolución social y legitimado en su nacionalismo paternalista) en combinación con ciertas características de su sociedad (mayoritariamente católica y conservadora, heredera de estructuras sociales de raigambre agraria) han tenido como consecuencia que “la gran familia mexicana” se haya convertido en un ente cultural hegemónico y estructurador de prácticamente todas las esferas de la vida. En México, como en la gran mayoría de los estados contemporáneos, existe una equivalencia simbólica entre familia y nación que se mantiene vigente mediante el principio del parentesco. Así lo puso en evidencia una performance reciente ocurrida en Madrid: estando embarazada, la artista peruana radicada en España Daniela Ortiz se realizó una transfusión de sangre de un ciudadano español. La acción tuvo lugar en 2016 y su título Ius Sanguinus, que en castellano significa “derecho de sangre”, aludía al precepto de la Unión Europea según el cual la nacionalidad de un recién nacido no está dada por su lugar de nacimiento sino por su filiación (ser descendiente directo de un ciudadano europeo).

Pero volvamos a la canción de Blades, cuya lírica es un relato acerca de la importancia de los valores familiares en contextos de urgencia social. Para enfrentar y prevenir las desgracias, canta el panameño, es necesario que en las casas (familias) haya mucho amor y también mucho control. La incorporación de este último término aporta un singular giro a las configuraciones emocionales tan profundamente enraizadas en la música popular de América Latina. La familia, además de espacio afectivo y atávico, se presenta aquí como el espacio primero del disciplinamiento de los cuerpos y las subjetividades.

Sin embargo, Amor y control es un tema de 1992, que corresponde a un momento particular del desarrollo de la salsa en el que el género incursionó en letras de compromiso social, especialmente en el contexto de las comunidades latinas en Estados Unidos. El México que presenta Roma no fue educado sentimentalmente por la salsa, sino por el bolero y las rancheras. A pesar de que hacia 1971 los cambios culturales a escala mundial se habían precipitado en relación directa con las transformaciones de la cultura de masas (mediante el rock and roll y la irrupción del movimiento hippie y su búsqueda por una reconfiguración radical del orden social), en México y América Latina la impronta romántica de largo espectro se mantuvo como una constante que osciló sin llegar a cambiar radicalmente su trayectoria. Los saberes cotidianos sobre el cortejo y las relaciones románticas (en tanto que bases primeras de las futuras familias), siguieron transmitiéndose generacionalmente mediante el aprendizaje preconsciente de la canción popular, que, como sostiene María del Carmen de la Peza, suele actuar como "catálogo de comportamientos afectivos”. (5) Fue Carlos Monsiváis quien elaboró a fondo la reflexión sobre las categorías sentimentales en México y sus intersecciones con la cultura popular y de masas. En la cultura popular del siglo XX, argumenta Monsiváis, las experiencias sentimentales de los mexicanos fueron moldeadas por el trío bolerístico de cine, radio y canción popular y en este orden de cosas, continúa,  la “grandeza sentimental” del país oscilaba entre “dos polos que son uno solo: la inmanencia de la familia y la exaltación del macho.” (6) 

Como mexicana que pasa la mayor parte del año fuera de México, me resultó sorprendente y fascinante la recepción que tuvieron, con pocos meses de distancia, las películas de Coco y Roma entre ciertos colectivos de inmigrantes mexicanos en Madrid. Entre el grupo de Facebook de madres mexicanas al que pertenezco, Coco fue generalmente asumida como una hermosa película promotora de “nuestros valores”, mientras que Roma causó desconcierto. Una conocida me comentó que le había resultado chocante la imagen de la familia descompuesta y la madre borracha (la famosa secuencia en la que Sofía le dice a Cleo “siempre estamos solas”). Sin embargo, el cóctel de nacionalismo + manejo mediático que se había hecho del filme de alguna manera obligaba a sentir cierta empatía o, por lo menos, “reconocer” que se trataba de una buena película, aunque personalmente no hubiera gustado. Más allá de aquel grupo, las opiniones que recibí fueron por lo general encontradas, y la mayoría de las personas que manifestaban que no les había gustado la película mencionaban que era “lenta” o que en ella “no pasaba nada”. Volveré sobre esto después.

Por momentos fantaseé con que los creadores de Coco habían tomado a Monsiváis como su manual de uso de la emotividad mexicana. El filme en cuestión abreva del cine clásico nacional (la llamada “época de oro”) así como de la cultura popular y de masas. Su dramaturgia, por tanto, se articula en torno a los tres ejes discutidos por aquel autor: familia, macho y canción popular. Resulta revelador que, al igual que en Roma, en Coco la entidad familiar esté signada por el abandono del padre. Sintetizando al máximo, su trama gira en torno a un padre ausente que, mediante un guión rico en peripecias, termina por ser redimido. Hay un protagonista infantil que quiere ser músico, pero su vocación se ve truncada por una prohibición familiar que se remonta a generaciones. Su tatarabuelo, un músico que abandonó mujer e hijos para perseguir sus sueños, es un personaje innombrable en la familia y el causante de que la música esté vetada de la casa familiar. Sin embargo, cuando se descubre que el susodicho tatarabuelo tuvo la firme intención de volver con su familia (cosa que no pudo concretar porque lo mataron), ese hecho no solo basta para eximirlo de la responsabilidad de sus actos, sino que además, a nivel simbólico, la revelación funciona como sanadora del trauma fundacional del clan, elemento para la reconciliación familiar y liberación subjetiva del protagonista, quien obtiene la venia para dedicarse a la música.

Ciertamente, Roma se conjuga bajo el doble signo de la familia y el macho, pero lo hace, sospecho, desde un distanciamiento con respecto a ambos. Todas las familias que presenta están rotas o, cuando menos, en crisis, mientras que la figura del macho funciona como detonante de los conflictos dramáticos, que son, en última instancia, solventados y resueltos por los personajes femeninos. El desmontaje del arquetipo del macho es una operación común en las películas mexicanas de Alfonso Cuarón. Solo con tu pareja, su opera prima es la típica historia del casanova que termina por enamorarse sin ser correspondido y quien, a lo largo del filme, se ve envuelto en una serie de situaciones que parodian y ridiculizan el estereotipo del macho mujeriego. En Y tu mamá también, Gael García Bernal y Diego Luna intentan seducir a una atractiva mujer mayor que ellos (Maribel Verdú) haciendo gala de su (heterosexual) hombría, pero al final, los dos amigos terminan involucrados en un contacto homosexual. Dean Luis Reyes destaca de Roma la secuencia en la que un grupo de hombres fornidos son incapaces de realizar una proeza física que la gestante Cleo consigue ejecutar sin dificultad alguna. Es una imagen poderosa, como si en medio del cataclismo ella fuera la única persona capaz de conseguir templanza y equilibrio.


3. Vinagre y prótesis



Se ha discutido mucho acerca de si Roma ha de considerarse un filme social, melodramático, testimonial, personal o intimista. Me aventuro a decir que, más que eso, aunque de alguna manera también siéndolo, se trata de una maternidad (en alusión al género pictórico así llamado) en la medida en que se centra en los universos y afectos femeninos y especialmente en las instituciones de la maternidad y la familia; dos entidades fundamentales en la articulación de los espacios domésticos (privados), y públicos, y que son, en definitiva, las expresiones últimas del ordenamiento social y el disciplinamiento de las subjetividades y los cuerpos. El filme es ciertamente un canto al amor maternal, pero también un atisbo a las facetas menos amables de la condición de madre. Hay maternidades forzadas, negadas, migrantes, interrumpidas, jóvenes y viejas, delegadas y asumidas. Esta compleja gama no se presenta en toda su complejidad, pero sí se hacen visibles las múltiples violencias que las atraviesan.

En términos generales, la crítica feminista y la teoría crítica tienen enormes deudas con la maternidad y las madres. El feminismo blanco de la llamada “segunda ola” se negó casi sistemáticamente a pensar esta faceta importantísima de la vida de las mujeres por considerar a la maternidad como una categoría biologizante y esencialista. Fue la académica, poeta, madre y feminista lesbiana estadounidense Adrienne Rich la primera en indagar en  profundidad este tema en su libro fundacional Of Woman Born. Motherhood as Experience and Institution (1976). El volumen, en el cual Rich combina la reflexión académica con sus propios testimonios como madre y esposa, tuvo escaso impacto en la academia y el activismo feminista de su entorno.  (7) Visto hoy, este hecho resulta chocante si consideramos que ocurrió prácticamente en la misma década en la que Carol Hanisch publicaba su ensayo The personal is Political (8) y las teorías foucaultianas del biopoder ponían sobre la mesa la importancia del cuerpo dentro de las relaciones de dominación micro y macro políticas. No deja de sorprenderme que la maternidad, uno de los sucesos más desbordantes e intensamente corporales de la existencia humana (que involucra no solo la gestación, el parto y la lactancia, sino también la crianza y los cuidados basados eminentemente en el cuerpo tales como la caricia, los besos, el peinado y también la limpieza de excrementos, vómitos, lágrimas y babas) haya sido, y siga siendo, relegado hacia el rincón más silenciado y castigado de la vida de las mujeres, aún cuando la lucha feminista continua centrándose, en gran medida, en el debate sobre la maternidad bajo la forma del aborto. (9)  

En general, y esquematizando al máximo, el rechazo a adentrarse intelectualmente en el universo de las madres partió, desde la teoría crítica y cultural eminentemente masculina, del más profundo desprecio e indiferencia hacia los temas y problemáticas femeninas.  Desde el feminismo, sin embargo, provino del rechazo hacia el determinismo biológico y de la suposición de que existe una división tajante e insalvable entre el espacio público y el espacio doméstico (oikos griego). No sin razón, el feminismo se posicionó contra la relegación de la mujer al espacio doméstico y su consecuente restricción para acceder a la esfera pública, la vida política y la independencia económica. Sin embargo, aquella dicotomía de partida solo encuentra validez si se tienen como único referente las formas tradicionales de participación política, sin atender al carácter político de las esferas que han sido comúnmente entendidas y vividas como personales. En línea con lo anterior, el libro de Rich establece una diferencia fundamental entre la maternidad como institución y como experiencia: mientras la primera, sostiene, se inscribe en el orden público, la segunda se vive de manera personal y privada. El argumento central de Rich es que los cambios en la experiencia de la maternidad —es decir, en la práctica— necesaria y paulatinamente han de impactar y reconfigurar la maternidad en tanto que institución social históricamente esclerótica, conservadora y de sometimiento hacia la mujer. Si el supuesto conservador de que la felicidad en la vida privada, o sea, en la familia, es garantía de la concordia social, y esa felicidad recae ineludiblemente en la entrega y sacrificio de la madre, entonces una maternidad crítica y politizada, que desista de la abnegación y entienda el amor de una manera diferente, debería tener también un impacto político. Esto ha ocurrido ya con las subjetividades queer y heterodisidentes, quienes han hecho suya la reivindicación del cuerpo y han abierto sus espacios privados hacia lo público como gesto politizador. Así, tomo los comentarios de que Roma es una película en la que “no pasa nada” o en la que lo político queda relegado a un segundo plano, como las evidencias más concluyentes de cuán invisibles siguen siendo en nuestros días el trabajo doméstico, la crianza y los cuidados.  Esto clausura la posibilidad de una estructura pública que los reconozca y aborde a nivel político.

Roma tiene múltiples capas de lectura y una densidad de sentidos en los que, transversalmente, se aborda lo social mediante la dialéctica entre lo privado y lo público, el cuerpo individual y el cuerpo social, lo personal y lo político. En primer lugar está Cleo, asumiendo los cuidados de los hijos de Sofía mientras vive un embarazo no deseado que culminará en un traumático aborto espontáneo. Luego está Sofía, madre abandonada de cuatro niños que después se convertirá en madre sostenedora y proveedora de la familia. También está Teresa, madre y abuela que acompaña a su hija Sofía en su proceso de divorcio. Me gusta pensar además en la madre de Cleo, viviendo en algún pueblo de Oaxaca, siendo despojada de sus tierras y sin poder seguir ni acompañar los procesos vitales de su hija. Prevalece en todos los casos el prototipo de la madre víctima, soltera o solitaria, que asume excesivas responsabilidades de cara a la ineptitud y negligencia de esposos y padres. ¿Es esto una reafirmación de las convenciones que celebran y mistifican la abnegación materna? ¿O es un retrato fiel que responde a la vocación realista del filme? Probablemente la inmediatez histórica no nos ha provisto del aparato crítico y los vocabularios que permitan responder categóricamente a estas preguntas, pero sin duda considero un aporte el hecho de que Roma haya hecho visible la enorme complejidad emocional, física, social, intelectual, ideológica y epistémica que subyace en el trabajo materno y femenino como la base última de la reproducción social. Lo hace, además, sin sobrecargar de histeria a sus mujeres, quienes generalmente mantienen su carga emocional a golpe de contención y matices —es social sin ser épica y melodramática sin paroxismos. Nuevamente, me inclino a pensar que el “no pasa nada” responde al desconcierto de un público acostumbrado a las maneras del melodrama en la cultura visual de México y América Latina (tomemos como ejemplo un fragmento de la telenovela María la del barrio, popularmente conocido como “maldita lisiada”, el cual se ha convertido en auténtico fenómeno de la cultura digital: se hizo viral en redes sociales y sobre él proliferan memes y GIFs que parodian sus excesos y arrebatos). 

Aunado a todo lo anterior, y en consonancia, hay mucho cuerpo en Roma. Dado que el personaje protagónico es la sirvienta, Cleo, la realización y la fotografía se centran en capturar y transmitir su trabajo con el cuerpo. Esto no se limita a las labores domésticas más arduas, sino incluye también el trabajo afectivo con los niños (el arrullo nocturno, alimentar en la boca al más pequeño y, naturalmente, la proeza del rescate acuático hacia el final del filme). Dicho énfasis en el cuerpo tiene lugar mediante dos tipos de operación del lenguaje cinematográfico. Por una parte, al capturar el constante movimiento y el trabajo de Cleo y, por la otra, al configurar el espacio doméstico a través de la experiencia corporal y sensorial del mismo. 

La abundancia de planos secuencia capta el incesante movimiento de Cleo alrededor de la casa: atiende solícita las peticiones de sus patrones y simultáneamente limpia y recoge el permanente caos que supone la vida cotidiana en una casa con cuatro niños y un perro. A menudo la privacidad de la familia tiene lugar en un segundo plano y el espectador solo ve y oye aquello que la misma Cleo puede ver y oír. Cuando los esposos pelean, por ejemplo, la cámara no se adentra en la habitación matrimonial y en cambio sigue a Cleo en su descenso por la escalera y su última ronda por el salón antes de retirarse a descansar. Así, la experiencia corporal de la casa se consigue no sólo mediante la detallada recreación de la parafernalia y mobiliario de la época, sino mediante una verdadera creación de atmósferas sensibles que apelan a la emotividad del espectador. Lo anterior va mucho más allá de calcar a la perfección cómo se veían las casas de la clase media en el México de los años setenta; radica, más bien, en la capacidad de evocar los olores, sabores y sonidos que envolvían su cotidianidad y articulaban la vida en su interior. Así, las sensaciones no se construyen exclusivamente mediante la visualidad, sino operan de manera sinestésica.

Lo anterior es un hecho sintomático. La teoría más reciente del cine se ha interesado por las posibilidades de la comunicación multisensorial en un medio que ha sido históricamente entendido como pura visualidad. En el año 2000 Laura Marks propuso el término de “visualidad háptica” para referir a lo que ella entiende como una visión en clave táctil dentro del cine. Linda Williams, por otra parte, ha estudiado lo que ella denomina como “géneros corporales” —tres géneros usualmente situados en la parte baja de la axiología cultural y que se relacionan de forma directa con fluidos como las lágrimas, el sudor y el semen: melodrama, terror y pornografía— y su capacidad de romper con el principio de distanciamiento entre el espectador y la película. 

Sin ser una de las escenas más destacadas de Roma, encuentro especial el momento en el que Cleo y Sofía curan con vinagre las quemaduras solares de los niños durante el viaje a la playa. Es una escena aparentemente banal, pero que sintetiza muchas contradicciones. Por una parte, une a las dos mujeres (la madre biológica y la cuidadora o madre delegada) en un cuidado basado en el tacto y la piel. Por otro lado, la curación es un acto que implica dolor pero no por eso es menos amoroso. Finalmente, la eficacia de la escena radica en que gira en torno al cuerpo pero no está centrada en él a nivel visual, sino desde la creación de una atmósfera global sensible. Se trata de una toma amplia en la que la cámara no hace acercamiento alguno a los cuerpos despellejados, las manos de las mujeres o los rostros de los niños; por el contrario, la sensación que transmite está dada por el ambiente general: hay un forcejeo entre los niños, que se contorsionan, chillan y se resisten, y las mujeres, quienes, sin suspender la curación, tratan de calmarlos. En este punto encuentro similitudes con el famoso performance del colectivo feminista Polvo de gallina negra realizado en transmisión directa en un telediario: Maris Bustamante y Mónica Mayer colocaron una “panza de embarazada” al presentador del noticiero con la finalidad de convertirlo en el primer hombre que viviera la experiencia de ser “madre por un día”. Reveladoramente, la parte más importante de la acción no era la colocación de aquella suerte de prótesis ortopédica (el falso vientre), sino que se centraba en las sensaciones a ella asociadas. Después de colocarle el dispositivo, las artistas daban al presentador unas píldoras que supuestamente le harían sentir las náuseas, antojos, miedos e incomodidades propios de la gestación. Se desplazó así la corporalidad, en tanto que materialidad concreta, en pos de las sensaciones subjetivas y los sentimientos abstractos.


4. Notas de campo

No es casual que el estudio de Laura Marks sobre la visualidad háptica haya tenido como material de base algunas películas etnográficas de las décadas de 1980 y 1990. En los asuntos étnicos y raciales la piel es un elemento fundamental para la construcción de la subjetividad, las emociones y las relaciones sociales. En esta línea parece inverosímil, y es completamente ridículo, que en pleno siglo XXI uno de los grandes revuelos en torno a Roma tenga que ver con el hecho de que su protagonista sea de origen indígena y piel oscura. Lo anterior tiene que ver con un largo proceso sociohistórico de racismo y segregación en México en el cual no voy a entrar aquí porque ya ha sido bastante discutido. Pero por retomar el paralelismo con el que inicié este ensayo, vamos a decir que en 2018 dos morenas acapararon el centro de la atención pública en y en torno a México (me refiero a Yalitza Aparicio y el actual partido político en el poder). Ambas situaciones, me parece, son sintomáticas de la coyuntura actual del país, así como de la dialéctica entre los sedimentos ideológico-culturales locales y las aceleradas transformaciones geopolíticas a escala internacional. 

Por un lado, tenemos el fervor hacia un político populista y un nacionalismo ramplón, cuyo discurso descansa en un léxico emocional casi cursi. Por otra parte está la impostación de orgullo y puesta en valor de “lo indígena” desde los medios de comunicación locales, un hecho que, significativamente, contradice todas las prácticas racistas que los han definido durante décadas. Las dos situaciones son viejas-nuevas conocidas que remiten a la época del nacionalismo proteccionista del priismo old school. Aquellos eran los tiempos en los que no se había suscrito el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el Ejército Zapatista no se había levantado en armas por  considerar que dicho tratado era “el acta de defunción de las etnias indígenas del país”. (10)

Sin embargo muchas cosas son diferentes esta vez: el día que ganó las elecciones, López Obrador dijo que el arrasador triunfo de MORENA no habría sido posible sin las “benditas redes sociales” y el triunfo de Yalitza Aparicio tampoco habría sido posible sin Netflix. Para retomar las preguntas iniciales de este ensayo, digamos que aquella sensibilidad operando más desde la noción de lo transnacional y menos a partir de la imagen de lo nacional que de la que hablaba Reyes se activa en de identificaciones cruzadas que definen nuestro tiempo. Roma se centra en las subjetividades femeninas, y en particular en una, la de Cleo, que recorre de manera transversal la condición contemporánea de explotación feminizada propia del neoliberalismo. Lo anterior se suma a otras experiencias, no menos sacudidoras, como la migración, precarización, violencia y discriminación (ya sea directa o, como en el filme, trasvertida de condescendencia). Así, el drama de Cleo es a la vez profundamente mexicano y perfectamente trasnacional.

Pero volvamos a la “visualidad háptica” y la ambivalente dimensión nacional-trasnacional de Roma, esta vez desde otra escuela teórica del cine vinculada con los estudios poscoloniales. El término “cine con acento” acuñado por Hamid Nacify en 2001 refiere a la experiencia de migración vivida por los propios cineastas, así como a la relación que sus prácticas cinematográficas mantienen con las industrias internacionales, locales, mainstream y artesanales. Más aún, sostiene Nacify, en el “cine con acento” las producciones están pensadas para facilitar diferentes tipos de encuentros sensibles y subjetivos, ya sea entre personas con un origen étnico diferente, o bien entre el cineasta migrante y su país de origen perdido. En este último caso es común que los cineastas recurran a lo que el autor denomina como una “óptica táctil” es decir, a construir un discurso cinematográfico que otorga más peso a las imágenes y recuerdos vinculados con “lo háptico o lo olfativo para indicar su origen no público, privado e íntimo”. (11)

Es por demás sorprendente cuán acertado resulta este aparato teórico en relación con Roma. Y es que Alfonso Cuarón (12) es un ejemplo prototípico del cineasta emigrante descrito por Nacify o, para ser más precisos, de aquella subjetividad que Gayatri Spivak ha denominado como “poscolonial diaspórica” o “poscolonial cosmopolita”. En su ensayo titulado ¿Quién demanda alteridad? la pensadora de origen hindú postula estas denominaciones pensando en sí misma y su paradójica condición de mujer nacida y criada en el seno de la alta burguesía de un país periférico y, posteriormente, inserta en las más altas élites intelectuales a nivel internacional.  Así, sostiene Spivak, este tipo de sujetos poscoloniales cosmopolitas (o lo que en el caso de Cuarón yo llamaría “subalterno cosmopolita”), desempeñan un papel fundamental como  ideólogos involuntarios. (13)

 A menudo, nos dice Spivak, el poscolonial cosmopolita se encuentra cómodo produciendo y simulando “el efecto de un mundo de antaño, constituido por las narrativas legitimadoras de la especificidad y la continuidad culturales y étnicas, mientras todo ello va hilando una identidad nacional casi sin costuras —una especie de ‘alucinación retrospectiva’”. (14) En efecto, no son pocas las contradicciones que envuelven las dinámicas culturales de estos informantes-traductores, quienes suelen actuar dentro, fuera y alrededor de sus propios contextos de origen, así como de los centros mundiales de poder, y cuyas producciones culturales con frecuencia enuncian alteridades cómodas y fácilmente asimilables para la posmodernidad globalizada (lo que denomino como el efecto Netflix). En palabras de Spivak: “al tener muy en mente la previsibilidad banal del aparato cultural en la sociedad transnacional, se podría decir que el cambio al transnacionalismo trajo consigo un tercermundismo más ligero y más benévolo a la academia euroestadounidense”. (15)

Así pensado, resulta inviable tratar de hallar el México de Roma en el lejano 1971. Debíamos tal vez buscarlo en el delicado tamiz por el que Cuarón lo ha hecho pasar. Como bien detecta Dean Luis Reyes, Roma es un ajuste de cuentas con una infancia añorada, un estadio patrimonial en el que el adentro (la casa) es tibio y generoso y el afuera (la calle), peligroso y violento. Fuera de la casa se entrena el colectivo paramilitar y tiene lugar la sangrienta represión de la protesta estudiantil; es lejos de casa, en el mar o el bosque, donde radican los peligros más inefables. Así, las nociones de casa, familia y país (aún cuando se presentan en toda su fractura e imperfección) se homologan y mantienen como el último reducto emocional frente a un mundo exterior hostil y amenazante. Como decía el pensador chileno Humberto Giannini, el domicilio es símbolo de un "regressus ad uterum” mientras que el mundo “con sus postergaciones, con su despiadada competencia 'está allá’”. (16)

Siempre me llamó la atención que el magnífico libro de Witold Rybczynski acerca de la historia de la casa tuviera como subtítulos palabras que refieren a sentimientos subjetivos (nostalgia, domesticidad, comodidad, intimidad) y no a espacios objetivos (cocina, habitación, baño, etc.).  Tal vez el poder de Roma para comunicarse con un amplio público internacional tiene que ver con que el espectador, sin haber conocido nunca una “zotehuela” (palabra que solo he escuchado en México y que ni siquiera está registrada en la RAE),  puede hallarse a sí mismo en las ricas sensaciones de lo doméstico; en la evocación de la infancia y el país natal, hacia el cual, a decir de James Clifford, no hay posibilidad de retorno, sino solo “notas de campo para su reinvención.”  (17) Estamos, precisamente, frente a esa reinvención personal y subjetiva, en la que el texto cinematográfico actúa como reelaboración de la memoria y negociación de un pasado simultáneamente colectivo/compartido y personal. La elaboración de este pasado, sintomáticamente, no busca ni contempla la necesidad del consenso, pues está hablado mediante un tipo de lenguaje y un vocabulario que embona directamente con la emoción (y sobre emociones —recordemos a Blades— es difícil discutir). Podría decirse que Roma reinventa el cine de lágrimas. O tal vez sea solo una nota de campo para su reinvención. 



1. Las siglas quieren decir Movimiento Regeneración Nacional 
2. “Reflections on the Transformation in Mexico” en Journal of Latin American Cultural Studies, mayo 30, 2019. DOI: 10.1080/13569325.2019.1608517
La versión en castellano de este artículo puede encontrarse en https://medium.com/@j_lacs/reflexiones-sobre-la-transformación-en-méxico-171fb9173a39
3. Publicado el 1 de marzo de 2019 en Inter Press Service Cuba https://www.ipscuba.net/espacios/altercine/atisbos-desde-el-borde/roma-o-la-reinvencion-del-cine-de-lagrimas/
4. Prefiero denominarlo “a la mexicana” y no “mexicano” para subrayar que su dimensión mexicana, si hay tal, radica en su manera de ser, es decir, en cómo se elabora y de dónde abreva el texto cinematográfico y no en su filiación geográfica (ser “hecha en México”),  de parentesco (“hecha por un mexicano”) o económica (“producida con capital mexicano”). 
5. El  bolero y la educación sentimental en México. México: UAM , 2001, p. 26.
6. Amor perdido. México: Ediciones Era, 2007, p. 30.
7.  Ver D. Lynn O'Brien Hallstein. “The Intriguing History and Silences of Of Woman Born: Rereading Adrienne Rich Rhetorically to Better Understand the Contemporary Context” en Feminist Formations, Vol. 22 No. 2, verano de 2010, pp. 18-41. Disponible en https://www.jstor.org/stable/40835369
8. Es importante mencionar que a pesar de que la frase titula el ensayo de esta autora (publicado en 1969), ella negó la autoría de la frase. Esta era más bien una consigna popular del momento, que fue especialmente abrazada por el feminismo afrodescendiente en Estados Unidos. 
9. En los años setenta la causa feminista en México se refería al aborto en términos de “maternidad voluntaria”. Es probable que la palabra maternidad haya sido sustraída con posterioridad de sus consignas debido al enorme peso ideológico y moral que conllevaba en el seno de una sociedad mayoritariamente conservadora y católica. La lucha contemporánea por la legalización del aborto ha evitado enunciar cualquier término relacionado con la maternidad. Pese a que su consigna se proclama como “el derecho a decidir”, esta frase en suspenso, cuyo significado puede completarse mentalmente, refiere a la reivindicación del derecho a decidir si se quiere o no se quiere ser madre y cuándo se quiere serlo.
10. Citado porRoger Bartra en La sangre y la tinta. Ensayos sobre la condición postmexicana. México: Random House Mondadori, 2013. 
11. Thomas Elsaesser y Malte Hagener. Introducción a la teoría del cine. Madrid: UAM Ediciones, 2015, p. 154.
12. Centrar el análisis en la figura del director bien podría responder al trasnochado paradigma de la autoría individual, sin embargo considero que en este caso la aproximación está de sobra justificada en virtud de que en la persona de Alfonso Cuarón se concentran las funciones de director, guionista y fotógrafo del filme que discuto.
13. En Una educación estética en la era de la globalización. México: UNAM: Dirección de Artes Visuales: Instituto de Investigaciones Estéticas: Universidad Autónoma Metropolitana: Palabra de Clío: Fundación Universidad de las Américas Puebla: Siglo XXI Editores, 2017. 
14.  Ibídem, p. 88.
15. Ídem
16. “Cronología de lo cotidiano” en Revista de filosofía No. 25, Santiago de Chile, 1985, pp. 37-44.
17. The Predicament of Culture, Cambridge (Massachusetts) y Londres, Harvard University Press, 1988, p. 173.